Director. Luis García Berlanga
España, 1970, 79 minutos
Primera de las películas paseo de Luis García Berlanga, con esos largos planos secuencia en los que la cámara va detrás de los personajes y que a partir de este momento se van a convertir en habituales hasta el fin de su carrera. Como habituales serán sus comedias corales (y ésta tiene bastante de coral, aunque experiencias anteriores como Calabuch ya lo eran en un grado considerable). Por último, ¡Vivan los novios! (1970) será también el primero de sus filmes en los que se manifieste abiertamente la obsesión por el sexo, con el rijoso Leo (José Luis López Vázquez) perdiendo el oremus tras todas las guiris de buen ver que se cruce por Sitges en vísperas de su boda con Loli (Laly Soldevila).
Claro que muchos de estos elementos recurrentes probablemente se deban a Rafael Azcona, coguionista de este y de otros títulos de similares características en los que también aparecen las mismas fijaciones. Como la anciana madre posesiva ("¡No, escaleras no!"), que en ¡Vivan los novios! cumple una función similar a la desempeñada por Rafaela Aparicio en las películas que Azcona escribirá muy poco después para Carlos Saura.
Lo mortuorio, en abierto contraste con la vitalidad de las extranjeras en bikini, juega asimismo un papel notable en una película que continuamente oscila entre este curioso eros y tánatos: hasta en el entierro de su difunta madre se le irán a Leo los ojos detrás de las chavalas a pesar del dolor que inunda al meapilas, no sabemos si por la muerte de aquélla o por haberse sentido forzado a casarse con Loli.
Es ¡Viva los novios! una película de Berlanga que se ha visto poco, menos (en todo caso) que La escopeta nacional o que su cine anterior, lo cual es debido a las enormes dificultades impuestas por la censura. De todos modos, conviene tenerla presente no solo por lo que posee de fundacional, como señalábamos más arriba, sino igualmente por sus geniales hallazgos, como el amnésico interpretado por Manuel Alexandre (siempre pertrechado con una pizarra con su dirección sobre el pecho para casos de emergencia).
Claro que muchos de estos elementos recurrentes probablemente se deban a Rafael Azcona, coguionista de este y de otros títulos de similares características en los que también aparecen las mismas fijaciones. Como la anciana madre posesiva ("¡No, escaleras no!"), que en ¡Vivan los novios! cumple una función similar a la desempeñada por Rafaela Aparicio en las películas que Azcona escribirá muy poco después para Carlos Saura.
Lo mortuorio, en abierto contraste con la vitalidad de las extranjeras en bikini, juega asimismo un papel notable en una película que continuamente oscila entre este curioso eros y tánatos: hasta en el entierro de su difunta madre se le irán a Leo los ojos detrás de las chavalas a pesar del dolor que inunda al meapilas, no sabemos si por la muerte de aquélla o por haberse sentido forzado a casarse con Loli.
Es ¡Viva los novios! una película de Berlanga que se ha visto poco, menos (en todo caso) que La escopeta nacional o que su cine anterior, lo cual es debido a las enormes dificultades impuestas por la censura. De todos modos, conviene tenerla presente no solo por lo que posee de fundacional, como señalábamos más arriba, sino igualmente por sus geniales hallazgos, como el amnésico interpretado por Manuel Alexandre (siempre pertrechado con una pizarra con su dirección sobre el pecho para casos de emergencia).
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