domingo, 20 de noviembre de 2016

La isla del viento (2015)




Director: Manuel Menchón
España, 2015, 106 minutos

La isla del viento (2015) de Manuel Menchón


¡Venceréis, pero no convenceréis! Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho.

Salamanca, paraninfo de la Universidad, 12 de octubre de 1936

Tenía que haberse titulado Unamuno en Fuerteventura, aunque finalmente los productores hayan optado por el más poético La isla del viento. En todo caso, la historia merecía ser llevada a la gran pantalla. Y no sólo porque la figura de Miguel de Unamuno se preste a ser recordada con motivo del ochenta aniversario de su fallecimiento sino, sobre todo, por lo que representa como intelectual que fue capaz de plantar cara al poder establecido, habiendo de pagar un elevado precio por ello. Eso y que hablar de estos temas un 20 de noviembre también tiene su morbillo, ¿por qué negarlo? Pero vayamos por partes.

De entrada cabría destacar la minuciosa labor de documentación que han llevado a cabo tanto Manuel Menchón como los guionistas Dionisio Pérez y José Javier Rodríguez Melcon. Lo cual queda patente desde la primera escena mediante pequeños detalles aparentemente sin importancia, como la pajarita de papel que don Miguel elabora, nada más atracar el barco que lo ha conducido a su destierro canario, con la hoja de periódico en la que se informa de las órdenes dictadas al respecto por Miguel Primo de Rivera. Pajarita que, años más tarde (doce, para ser exactos), servirá para evocar, como la magdalena de Proust, su estancia en la isla. Quien haya leído Amor y pedagogía (1902) recordará sin duda que el bilbaíno remataba su novela con un manuscrito apócrifo al estilo cervantino: Apuntes para un tratado de cocotología. O lo que es lo mismo: la papiroflexia. Y como este ejemplo, tantos otros. ¿Qué decir, si no, de don Víctor (Víctor Clavijo), el párroco y adusto maestro del lugar, que tanto recuerda al don Manuel de San Manuel Bueno, mártir (1930-1933)? ¿Acaso las dudas que lo aquejan acerca de su fe no lo convierten en un personaje genuinamente unamuniano?

Por otra parte, el relato se estructura narrativamente como una gran digresión: un enorme flashback enmarcado por el doloroso trance crucial de tener que rebatir en público la barbarie implícita en las palabras de los sublevados. Los mismos a quienes Unamuno había dado su apoyo. De ahí el estupor de Cala (Ruth Armas) en la escena inicial. Y de ahí, igualmente, la mala conciencia del rector, a quien la joven debe recordarle lo que él mismo escribiera con motivo de la dictadura anterior: "Sólo la inteligencia bastaría para salvarnos". Porque ésta es una película, dicho sea de paso, repleta de frases lapidarias. "Si las palabras fuesen armas, haría usted una masacre", le dirá, no sin razón, José Castañeyra (Ciro Miró) al ser recibido por los próceres insulares.

Pero si hay una baza palmaria en La isla del viento ése es, sin duda, José Luis Gómez, cuya metamorfosis es sencillamente prodigiosa, toda vez que es capaz de componer un Miguel de Unamuno que trasciende la habitual imagen de rancio erudito de la Generación del 98 para humanizarlo ahondando en las diversas aristas de su personalidad. Así pues, no vemos ni a un actor interpretando un papel ni a uno de tantos personajes sino que se obra el milagro y tenemos la impresión de estar frente al verdadero don Miguel, el de carne y hueso. A fin de cuentas, si Gómez es académico de la lengua debe de ser porque tiene la rara habilidad de devolver a los autores a la vida.

En Canarias, el Unamuno que encarna el onubense dejará amigos, al tiempo que aprenderá a querer a una tierra desabrida por cuyos habitantes acaba sintiendo una especial predilección. "¡No se dejen amedrentar!", será su consigna frente a la pericia intimidatoria del cacique de turno. Porque el regeneracionista que anidaba en él hace suya la causa de Ramón (Enekoiz Noda) para combatir la aridez mediante molinos de agua. De modo que lo que, en un principio, se había concebido como despiadado confinamiento que lo alejase del debate político nacional terminará siendo una vivencia enriquecedora que deja una huella indeleble tanto en él como en el archipiélago.


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