viernes, 11 de noviembre de 2016

La academia de las musas (2015)




Director: José Luis Guerín
España, 2015, 92 minutos

La academia de las musas (2015)


Semanas atrás teníamos ocasión de asistir al interesante coloquio que Raffaele Pinto ofreció junto con José Luis Gómez y el resto de actores del reparto de la Celestina tras una de las funciones en el TNC. En aquella ocasión, el erudito italiano puso de manifiesto algunos de los elementos que un año antes ya desplegara en La academia de las musas, el filme de otro José Luis (Guerín): la pasión amorosa en la literatura posterior a Dante, el tratamiento del deseo en la tradición clásica y renacentista, etc.

Con unos medios escasos ("la película es hija de la crisis", dijo su director cuando la presentó en la Filmoteca de Catalunya) y unos planteamientos cercanos al documental, la acción arranca en la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona con motivo de unos seminarios que allí imparte el profesor Pinto. Al hilo de sus clases y de las intervenciones de los alumnos se irá paulatinamente pasando del contexto académico al personal, en un juego (a veces cómico y a ratos dramático) en el que la seducción juega un papel importantísimo. Porque el maestro no sólo coquetea con sus discípulas (Mireia Iniesta, Emanuela Forgetta, Patricia Gil, Carolina Llacher...) sino que al mismo tiempo se irá distanciando de su esposa (Rosa Delor), víctima ella de los celos y de las torpes excusas con las que intenta justificarse su marido.



Aunque es cuando la acción se desplaza hasta Cerdeña que la película gana en autenticidad, quizá porque las voces de los cantores o el relato del pastor que enseña a Emanuela a escuchar al viento o a la corneja son la plasmación real y auténtica del corpus teórico que previamente se había impartido en el aula. Pasa un poco lo mismo con el viaje de Pinto y Mireia al Averno (el real, cerca de Nápoles), momento que hace pensar en el Viaggio in Italia rosselliniano, con la diferencia de que aquí se nos habla de una relación en cierne que no acaba de cuajar.

De todas formas, las relaciones que unen a los personajes son algo bastante soterrado, que intuimos pero que no se muestra en detalle, deduciéndose más de sus palabras que no de las acciones de éstos. Porque la palabra es justamente la piedra angular sobre la que construyen diálogos, situaciones, puesta en escena y demás componentes que intervienen en toda experiencia fílmica. De ahí que Guerín los considere coautores, reservándose para sí mismo la única función de haber colocado la cámara, a menudo tras los cristales de una ventana, en algo que empezó como experimento para terminar siendo una de sus cintas más personales.



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