Título original: Kvinnodröm
Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1955, 87 minutos
Sueños (1955) de Ingmar Bergman |
Sueños se encuadra en un momento de la producción de Bergman en el que el cineasta sueco ya ha dado muestras de su incipiente genialidad en Noche de circo (1953), pero sin haber tocado aún los temas trascendentales que le darán la fama a partir de finales de los años cincuenta. Por de pronto, sus filmes son piezas de cámara que exploran las relaciones humanas, con una especial predilección por el mundo de la pareja —Tres mujeres (1952) o Una lección de amor (1954) serían buenos ejemplos al respecto—, temática a la que, curiosamente, volverá a partir de los setenta y que nunca abandonará del todo.
Siendo como era hombre de teatro, no es de extrañar que el director se sintiese como pez en el agua indagando en los resortes que mueven al ser humano en materia amorosa. "Somos como el hámster que corre y no avanza en la rueda de su jaula", le dirá Henrik (Ulf Palme) a Susanne en una de las escenas previas al final. Y cuando ella (Eva Dahlbeck) asista impotente al desenlace, el hombre todavía añadirá en un a modo de excusa: "¿Por qué mentimos tanto? ¿Tú lo sabes...?" Lacónica despedida coronada con un sarcástico epílogo muy del gusto de Bergman: tras unos instantes, y ante la mirada enternecida de Susanne, Henrik vuelve a entrar en la habitación... a recoger algo que se le había olvidado.
Doris (Harriet Andersson) y Susanne (Eva Dahlbeck) |
No le va mucho mejor a Doris (Harriet Andersson), quien, después de haber roto con su novio, se hace ilusiones con el tentador cónsul que la ha abordado en plena calle para convertirla en protagonista de un bello cuento de hadas. Aunque, por muchos vestidos caros que le compre, Otto (Gunnar Björnstrand) demostrará la misma incapacidad que Henrik en la historia anterior para colmar las aspiraciones de la joven de llevar una vida feliz.
Dos tramas paralelas engarzadas en una estructura circular: la sesión fotográfica con la que se abre y se cierra la película supone la vuelta a la realidad para unas mujeres resignadas a aceptar, como diría Oscar Wilde, que conviene andarse con cuidado con lo que uno sueña porque, de cumplirse, nada garantiza que vaya a ser mejor que lo que ya se tiene.
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