sábado, 14 de julio de 2018

Teatro Apolo (1950)




Director: Rafael Gil
España, 1950, 107 minutos

Teatro Apolo (1950)


Más que una película de ficción al uso, con su argumento, sus personajes y sus escenas rodadas en exteriores pintorescos, Teatro Apolo (1950) se diría que fue especialmente concebida como pretexto para el lucimiento de su pareja protagonista, el mejicano Jorge Negrete y la vicetiple María de los Ángeles Morales, cuyas habilidades vocales quedaron sobradamente probadas. Es en esa línea que debe entenderse la advertencia inicial que figura tras los títulos de crédito justo antes de arrancar la acción:

No se ha pretendido hacer la biografía del Teatro de Apolo, sino rendir homenaje, bajo el símbolo de su nombre y a través de una acción y unas figuras imaginarias, al glorioso Género chico español que desde Madrid conquistó al [sic] mundo.

Historia del auge y posterior decadencia de la zarzuela al tiempo que se relata el ascenso y ocaso de una pareja de artistas cuya evolución personal transcurre en paralelo. Todo ello en el marco del desaparecido teatro Apolo, que ocupó el número 45 de la madrileña calle de Alcalá entre marzo de 1873 y junio de 1929.

"De España vengo, de España soy..."

En el arranque, cuando Miguel Velasco (Negrete) choca accidentalmente con la que acabará siendo su pareja artística y sentimental, parece que el filme tendrá algo de comedia romántica a lo Cary Grant, para pasar enseguida a la típica estructura de lo que hoy denominaríamos biopic. Así pues, una vez que Miguel haya liquidado los negocios de su padre en España, objetivo inicial que había traído al joven azteca hasta la capital del reino, entablará una relación con la bella Celia Morales que le hace cambiar de planes en contra de la voluntad paterna y quedarse aquí para siempre.

Miguel, que en principio no es cantante, sino que descubre casualmente su potencial una tarde en la que saca de un apuro al empresario don Antonio Subirana (Juan Espantaleón), une, pues, su destino al de Celia para hacer historia sobre los escenarios. Juntos los veremos debutar, triunfar, formar una familia de la que nacen tres vástagos (dos varones y una Celina) y, progresivamente, envejecer a la par que los gustos del público van cambiando. En realidad, se trata de una estructura de la que, algún tiempo después, se van a servir filmes como El último cuplé (1957) o La violetera (1958), ambos a mayor gloria de Sara Montiel.

Una evolución excelentemente resuelta, desde el punto de vista narrativo, por el director Rafael Gil mediante recursos como el libro de recortes de prensa en el que Celia ha ido enganchando las reseñas de los triunfos cosechados por la pareja a lo largo del tiempo: Gigantes y cabezudos, El puñao de rosas, Doña Francisquita, El huésped del sevillano, El sobre verde... Éxitos de los que apenas tenemos noticia conforme van pasando las hojas del álbum familiar y que vienen a sumarse a los abundantes números musicales que contiene la película, procedentes de zarzuelas como Marina, Molinos de viento, La Gran Vía o La verbena de la paloma, y que constituyen el verdadero aliciente de Teatro Apolo.

"Yo tengo allá en Triana, en medio de los campos, una casita blanca..."

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