Título original: Hurry Sundown
Director: Otto Preminger
EE.UU., 1967, 146 minutos
La noche deseada (1967) de Otto Preminger |
No deja de ser significativo el hecho de que fuese un director austriaco, emigrado a los Estados Unidos cuando ya superaba la treintena, quien se encargase con mayor ahínco de romper el tabú racial imperante en Hollywood y, por ende, en amplios sectores de aquel país. Preminger lo había intentado ya con Carmen Jones (1954), versión contemporánea de la ópera de Bizet interpretada por un reparto íntegramente afroamericano, y lo volvería a hacer con el filme que ahora nos ocupa.
La acción de La noche deseada se sitúa en el estado de Georgia, territorio de fuerte pasado esclavista cuyas leyes aún refrendaban la segregación entre negros y blancos, durante los días inmediatamente posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. El marco espaciotemporal elegido era, por tanto, el idóneo para abordar un tema de candente actualidad, considerando que, con fecha de dos de julio de 1964, el Congreso había promulgado la Ley de Derechos Civiles. Una legislación sin duda histórica, pero que tardaría en dar sus frutos. De hecho, apenas un año después del estreno de la película tendría lugar el asesinato de Martin Luther King, destacado activista y uno de los impulsores de la mencionada ley, lo cual da fe de lo mucho que todavía quedaba para zanjar las tensiones de las que nos habla este filme.
El matrimonio Warren: Michael Caine y Jane Fonda |
Una poderosa compañía del Norte dedicada a la fabricación de conservas está negociando la compra de unos terrenos de los que los Warren, acaudalada familia de la región, son propietarios principales. Sin embargo, quedan un par de parcelas cuyos legítimos dueños se resisten a dar su brazo a torcer: los McDowell y los Scott. El planteamiento no puede ser más simbólico, considerando que los segundos son descendientes de esclavos que adquirieron en 1866 y en pública subasta el solar en el que viven y los primeros, una familia caucásica numerosa (y empobrecida) el padre de la cual es un excombatiente que acaba de regresar de la guerra. Dadas las circunstancias, unos y otros se van a ver obligados a unirse para defender una causa común, lo cual indudablemente representa uno de los temas esenciales de la cinta.
Movidos por la más loable de las intenciones, y a pesar de haber sido capaces de concebir momentos de gran intensidad dramática (como la escena del juicio), los guionistas de Hurry Sundown sucumben, sin embargo, a la tentación de presentar los hechos bajo un prisma decididamente maniqueo, según el cual los personajes se dividen en buenos y malos. De acuerdo que algunos de ellos (caso del sheriff interpretado por George Kennedy o la propia Jane Fonda en el papel de rica hacendada) están pensados para mostrar una posición intermedia, a veces hasta ambigua, pero con todo y con eso les falta credibilidad. De modo que la visión que se acaba finalmente imponiendo es la de que los personajes que defienden postulados supremacistas son tontos y zafios (el juez Purcell encarnado por Burgess Meredith, sin ir más lejos), mientras que los afroamericanos son presentados en su totalidad en clave positiva. Cierto que el momento histórico que estaba viviendo la sociedad norteamericana casi obligaba a ello y que el objetivo perseguido por una película como ésta era concienciar al espectador. Pero más cierto es todavía que, en arte, lo tendencioso acostumbra a estar reñido con lo verosímil.
Movidos por la más loable de las intenciones, y a pesar de haber sido capaces de concebir momentos de gran intensidad dramática (como la escena del juicio), los guionistas de Hurry Sundown sucumben, sin embargo, a la tentación de presentar los hechos bajo un prisma decididamente maniqueo, según el cual los personajes se dividen en buenos y malos. De acuerdo que algunos de ellos (caso del sheriff interpretado por George Kennedy o la propia Jane Fonda en el papel de rica hacendada) están pensados para mostrar una posición intermedia, a veces hasta ambigua, pero con todo y con eso les falta credibilidad. De modo que la visión que se acaba finalmente imponiendo es la de que los personajes que defienden postulados supremacistas son tontos y zafios (el juez Purcell encarnado por Burgess Meredith, sin ir más lejos), mientras que los afroamericanos son presentados en su totalidad en clave positiva. Cierto que el momento histórico que estaba viviendo la sociedad norteamericana casi obligaba a ello y que el objetivo perseguido por una película como ésta era concienciar al espectador. Pero más cierto es todavía que, en arte, lo tendencioso acostumbra a estar reñido con lo verosímil.
Otto Preminger (derecha) dando indicaciones a sus actores |
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