Título original: The Picture of Dorian Gray
Director: Albert Lewin
EE.UU., 1945, 110 minutos
El retrato de Dorian Gray (1945) de Albert Lewin |
El estudio estaba lleno del fuerte olor de las rosas, y cuando una ligera brisa estival corrió entre los árboles del jardín, trajo por la puerta abierta el pesado aroma de las lilas y el perfume más delicado de los floridos agavanzos rosados.
[...]
En el centro de la habitación, sujeto sobre un recto caballete, estaba el retrato en tamaño natural de un joven de extraordinaria belleza, y enfrente, un poco más lejos, se hallaba sentado el propio pintor, Basil Hallward, cuya repentina desaparición, algunos años antes, había causado por aquellos días tan gran emoción pública y dado origen a tan numerosas y extrañas conjeturas.
Oscar Wilde
El retrato de Dorian Gray
Traducción de Julio Gómez de la Serna
Desde que el mundo es mundo, la humanidad se ha desvivido afanosa e infructuosamente por dar con el codiciado secreto de la eterna juventud. Y si bien es cierto que hay quien, en la actualidad, consigue lograr resultados medianamente satisfactorios merced al bótox y a la cirugía estética, nadie como Oscar Wilde, sin embargo, supo extraerle al tema su verdadera trascendencia. Porque al hacer que no sólo los estragos de la edad se reflejasen en el lienzo, sino también los vicios del protagonista, el díscolo escritor irlandés le estaba otorgando al arte un valor sublime muy por encima del agrisado prosaísmo de la vida.
Obra maestra indiscutible de la literatura universal llevada a la pantalla en no pocas ocasiones, la que pasa por ser la mejor adaptación cinematográfica de El retrato de Dorian Gray fue dirigida por el neoyorquino Albert Lewin en 1945. Los papeles principales del reparto correspondieron a George Sanders (Lord Henry Wotton), Hurd Hatfield (Dorian Gray), Donna Reed (Gladys Hallward), una jovencísima Angela Lansbury (Sibyl Vane), Peter Lawford (David Stone) y Lowell Gilmore (el pintor Basil).
Filmada en un sobrio blanco y negro que le valió el primero de sus dos premios Óscar al director de fotografía Harry Stradling Sr. (el segundo lo conseguiría en 1964 por My fair Lady), la particularidad más llamativa de esta versión sea tal vez el hecho de que los insertos que muestran la pintura que representa al protagonista (y que envejece por él) fueron rodados en Technicolor, con lo que su belleza y relevancia se realzaban enormemente. De hecho, el óptimo resultado de los diversos cuadros encargados para la realización del filme hizo que dichas telas gozasen de una notable trayectoria más allá de su aparición puntual en la película. Así, por ejemplo, el que representa la versión apolínea del personaje (obra del portugués Henrique Medina) fue subastado por Christie's en Nueva York en 2015, alcanzando la nada desdeñable cifra de 149.000 dólares. El otro —el de "la bestia", podríamos decir— lo pintó Ivan Le Lorraine Albright y se haya expuesto en el Instituto de Arte de Chicago. Respecto a este último, se da la curiosa circunstancia de que un tercer lienzo, mostrando al apuesto Dorian, fue llevado a cabo por el hermano gemelo del artista, si bien quedaría finalmente descartado al considerarlo de inferior calidad que el pintado por Medina.
En cualquier caso, y al margen de los muchos méritos que atesora la puesta en escena de Lewin, conviene señalar, sin embargo, como aspecto no tan positivo, el hecho de que acaba sucumbiendo al recurso facilón de hacer que sea Lord Wotton quien narre la historia (frente al narrador omnisciente del que se servía Wilde en el texto original). En ese sentido, la insufrible voz en off de George Sanders no sólo contribuye a ralentizar por momentos la acción, sino que, sobre todo, le acaba confiriendo al conjunto un tono excesivamente literario que en nada le beneficia.
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