martes, 1 de mayo de 2018

Juguetes rotos (1966)




Director: Manuel Summers
España, 1966, 80 minutos



Otra maravilla más: otro de esos tesoros ocultos, a la espera de que alguien se digne a reconocerle alguna vez la categoría de obra maestra indiscutible que sin duda posee. Cuando se estrenó Juguetes rotos, fue un completo desastre de público. El país no estaba preparado para mirarse en el espejo que proponía Summers (y me temo que ahora tampoco). Su eslogan publicitario ya lo advertía bien a las claras: "Si usted quiere ver una película con final feliz, no vea ésta". Y a fe que se lo tomaron al pie de la letra...



Porque el fracaso nunca ha tenido buena prensa, sobre todo al ir envuelto en el amargo lienzo del sarcasmo. Algo que Summers y su coguionista Tico Medina ofrecían abiertamente en este documental centrado en viejas glorias que el tiempo y el respetable se ocuparon en ir dejando de lado. Como Justo Masó, El Gran Gilbert, octogenario aspirante a estrella del cabaret y asiduo de la barcelonesa Bodega Bohemia. O Guillermo Gorostiza, mítico extremo izquierdo del Athletic de Bilbao y del Valencia que fallecería en la más absoluta ruina, con apenas 57 años, pocos meses antes del estreno de la película. 



Y así, la nómina de juguetes rotos se irá paulatinamente ampliando con los nombres de boxeadores (Paulino Uzcudum, Ricardo Alís, Luis Vallespín), toreros ("Pacorro", Nicanor Villalta) o actrices (Marina Torres), todos ellos unidos en su decrepitud, involuntariamente patéticos al mostrar ante la cámara los estragos de un destino despiadado que un día los encumbró para luego dejarlos caer con más fuerza. Son muchos, al respecto, los momentos destacables. Me quedo con dos: el senil matador Villalta, antaño gloria de los ruedos y hogaño taxista en Alicante, lidiando en una inmensa plaza de toros vacía; el otro, las palabras, cargadas de profunda y trágica ironía, de Marina Torres, antigua estrella del cine mudo, al valorar su trayectoria: "Vivimos del recuerdo y de la satisfacción de que hemos pasado por el mundo siendo... algo". Y lo dice a los pies de una cama de hospital, donde yace su marido, "Pacorro", ayer reputado diestro y hoy acomodador en un cine de barrio. Impactan las lágrimas del hombre derrotado que se tapa el rostro con un abanico y, en especial, la frialdad de la esposa que se lo arranca de las manos y lo tira sobre el lecho.



Se podría discutir largo y tendido sobre si es moralmente reprobable que un cineasta se recree de esta manera en las miserias ajenas, con una dosis de mala leche evidente a la hora de presentar la decadencia actual de quienes un día fueron astros en sus respectivas disciplinas y cuya estrella hace ya mucho que dejó de brillar. Eso debieron de pensar los espectadores de hace medio siglo y a ello, probablemente, habría que achacar el revés comercial que sufrió Juguetes rotos en el momento de su estreno. En cualquier caso, la intención de Summers seguro que no era tal, habida cuenta del cariño que muestra en buena parte de su filmografía hacia los seres más desvalidos (piénsese, por ejemplo, en los ancianos y los niños de Del rosa al amarillo). Digamos que es, quizá, el inconveniente de retratar a un determinado tipo de personajes que se mueven en los márgenes de una sociedad en la que no encajan. Y si no que se lo pregunten a Joan Vall Karsunke, heredero directo de este tipo de planteamiento cinematográfico y que cuenta en su haber con filmes como L'home del metro (2014) o En la cueva del mago (2017).


3 comentarios:

  1. Me gustó pero también me planteó cierto dilema moral, especialmente en el primer episodio sobre Gilbert. No quiere que el público conozca su miseria y le filman vestido de frac y saliendo del Ritz pero insertan (presuntas) imágenes de su vivienda paupérrima.

    Por cierto, en mi juventud (a finales de los setenta o primeros ochenta, no estoy muy seguro), estuve con unos amigos riéndome en la Bodega Bohemia ("donde los artistas nacen"). No es algo que me enorgullezca, pero se trataba de eso.

    Un abrazo.

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    1. Coincido contigo en lo del dilema moral, aunque no precisamente en el caso de El Gran Gilbert: piensa que es el único de los personajes retratados que jamás conoció las mieles del éxito. Yo creo que lo del esmoquin y el Rolls-Royce recogiéndolo a las puertas de un hotel de cinco estrellas es una forma amable de hacer que el personaje se sienta realizado al menos una vez en su vida. Mucho más descarnado, en cambio, es el tratamiento que reciben el futbolista, los boxeadores y los toreros.

      Respecto a tus incursiones en la desaparecida Bodega Bohemia, no te preocupes: todos tenemos un pasado, aunque debo confesarte que lo que más me sorprende no es eso, sino que ¡yo te hacía mucho más joven!

      Saludos y hasta pronto.

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    2. Soy joven de espíritu. Pero guárdame el secreto, jajaja!

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