Título original: Children of Divorce
Directores: Frank Lloyd y Josef von Sternberg
EE.UU., 1927, 72 minutos
Los hijos del divorcio (1927) |
Apenas setenta minutos de duración y el núcleo de la historia ya aparece expuesto en el primer cuarto de hora: Children of divorce, con su carcasa art déco a base de lujosas mansiones, trajes de fiesta y glamurosas flappers, arranca, sin embargo, en los jardines de un internado parisino, regentado por monjas de la caridad, adonde van a parar los pobres hijos de matrimonios ricos y divorciados a los que alude el título. Kitty, Jean y el espigado Ted entablan allí una amistad que retomarán al cabo de los años, si bien marcada por el temor de acabar repitiendo los mismos errores que ya cometieron sus respectivos padres.
Es, por tanto, una evidente finalidad moralizante la que se esconde tras este triángulo amoroso, completado por un príncipe europeo con mucho dinero y muy poca gracia. Parece ser que los locos años veinte no eran tan locos al fin y al cabo, al menos para una industria de Hollywood (que en breve acometería, por cierto, la vorágine del cine sonoro) ávida de proporcionar edificantes argumentos folletinescos a las capas más populares de la audiencia, que eran las que realmente consumían este tipo de productos.
En el plano formal, la realización del escocés Frank Lloyd (y del austriaco von Sternberg, al que los estudios Paramount, según costumbre de la época, encargaron retocar y acabar de pulir el filme durante la fase de postproducción) es impecable. Valiéndose de todo tipo de trávelin y paralelismos, ambos directores dan prueba de su genialidad con detalles como el momento previo al intento de suicidio de Kitty: habiendo dejado en el interior de una cómoda su carta de despedida, acto seguido vemos cómo el rostro de Clara Bow, reflejado en el espejo, se vuelve borroso durante unos instantes.
Conviene recordar, por último, que Los hijos del divorcio fue el título que, aunque tímidamente, empezó a abrir el camino del estrellato para un Gary Cooper que sólo unos meses después conocería las mieles del éxito gracias al drama bélico Alas (Wings), dirigido por William A. Wellman y en el que también formó tándem con la ya mencionada Clara Bow.
En el plano formal, la realización del escocés Frank Lloyd (y del austriaco von Sternberg, al que los estudios Paramount, según costumbre de la época, encargaron retocar y acabar de pulir el filme durante la fase de postproducción) es impecable. Valiéndose de todo tipo de trávelin y paralelismos, ambos directores dan prueba de su genialidad con detalles como el momento previo al intento de suicidio de Kitty: habiendo dejado en el interior de una cómoda su carta de despedida, acto seguido vemos cómo el rostro de Clara Bow, reflejado en el espejo, se vuelve borroso durante unos instantes.
Conviene recordar, por último, que Los hijos del divorcio fue el título que, aunque tímidamente, empezó a abrir el camino del estrellato para un Gary Cooper que sólo unos meses después conocería las mieles del éxito gracias al drama bélico Alas (Wings), dirigido por William A. Wellman y en el que también formó tándem con la ya mencionada Clara Bow.
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