viernes, 25 de mayo de 2018

Lucky (2017)




Director: John Carroll Lynch
EE.UU., 2017, 88 minutos

Lucky (2017) de John Carroll Lynch


Debut en la dirección del actor John Carroll Lynch (Fargo, Zodiac, Jackie...) y ocaso de un nonagenario Harry Dean Stanton que, por días, no llegó a ver el estreno del que finalmente ha terminado siendo su testamento fílmico: Lucky.

Quizá porque el otro Lynch (el célebre realizador de Twin Peaks, sin parentesco alguno con John Carroll) interpreta a uno de los parroquianos del bar que suele frecuentar el protagonista, o a lo mejor debido a que la acción se sitúa en la misma América profunda en la que transcurren sus películas, pero es muy probable que una vaga sensación de déjà vu invada a todo aquel que vea la obra póstuma del prolífico intérprete de títulos como Alien (1979) o La milla verde (1999). A un servidor, sin ir más lejos, le vienen a la mente, a bote pronto, un par de pelis igual de entrañables que Lucky: Bagdad Cafe (1987) de Percy Adlon y  The Straight Story (1999) del ya mencionado Lynch (David).



Lo cual no es forzosamente malo. De hecho, en alguna de las escenas se percibe incluso el eco del Orson Welles de Ciudadano Kane (1941) o El cuarto mandamiento (1942), como aquélla en la que el veterano de guerra (Tom Skerritt) se emociona, con la mirada perdida en el infinito, al recordar la sonrisa beatífica de una muchacha filipina: detalle clave, por cierto, para comprender una historia crepuscular como la que nos ocupa, toda vez que ese gesto de los budistas, mostrando aquiescencia ante el destino inexorable, reaparecerá en el último plano de Lucky (y hasta aquí podemos leer).

En cualquier caso, el filme está repleto de referencias espirituales y filosóficas, desde los ejercicios de yoga con los que Lucky inicia su rutina diaria hasta las peculiares conversaciones que el anciano entabla en la cafetería ("No eres nada") o en el bar ("El realismo existe, aunque cada uno percibamos cosas distintas..."). Elogio de la vida lenta, con el mismo punto entre cotidiano y poético del que se servía Jarmusch en Paterson (2016), y que aquí encarnan a partes iguales el provecto ateo y President Roosevelt, el díscolo quelonio que se dará a la fuga adentrándose en las profundidades del desierto.


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