Título original: Kalandar Soğuğu
Director: Mustafa Kara
Turquía/Hungría, 2015, 139 minutos
Frío de Kalandar (2015) |
Nueva entrega del ciclo Delicias turcas, que nos está permitiendo conocer, a través de la Filmoteca de Catalunya, lo bueno y mejor producido recientemente, a nivel cinematográfico, en un país que quiere reivindicarse más allá de los atractivos turísticos de Estambul.
Mehmet (Haydar Şişman) vive en las escarpadas montañas cercanas a Trabzon junto a su esposa Hanife (Nuray Yeşilaraz), su anciana madre Nazife (Hanife Kara) y sus dos hijos: Ibrahim (Ibrahim Kuvvet) y Mustafa (Temel Kara). Pese a las estrecheces económicas que atraviesan y las duras condiciones del entorno, la familia lleva una "plácida" existencia dedicada a las tareas agrícolas y al cuidado de sus animales.
Con todo, el padre no ceja en el empeño de dar con un filón de plata que alivie los apuros de su prole, por lo que pasa buena parte del tiempo explorando cuevas de difícil acceso, hecho que motiva los continuos reproches de su esposa, quien desearía que el hombre se pusiera a trabajar en alguna de las minas que hay por allí. Ante la necesidad de pagar a los acreedores, y dado que su búsqueda del codiciado metal se revela infructuosa, Mehmet comenzará a barajar la no menos arriesgada posibilidad de presentar al buey (básico para el sustento doméstico) a un concurso donde contienda contra otros cabestros...
Coproducida con Hungría, Frío de Kalandar (2015), segundo largometraje dirigido por el joven realizador Mustafa Kara (Trebisonda, 1980), logra aprehender la quietud de unas cumbres en las que las cuantiosas nieves invernales aislarán a los protagonistas aún más del resto de la civilización. La suya es, pues, una constante lucha por la subsistencia, no exenta de un cierto toque bucólico (que podría recordar, en algún momento, los encantos de la vida retirada que cantaron tantísimos poetas, desde Horacio a Fray Luis), si bien marcada por la turbadora presencia de acechantes manadas de lobos que amenazan con diezmar los rebaños. Aunque la tenacidad, como la fe, mueve montañas y la quietud acabará por imponerse: un sosiego simbolizado, visualmente, por esos descomunales caracoles a los que tan aficionado es Ibrahim y que constituyen el leitmotiv de la película.
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