Título original: I cannibali
Directora: Liliana Cavani
Italia, 1970, 88 minutos
Los caníbales (1970) |
Con el eco lejano de la Antígona de Sófocles, I cannibali presentaba un futuro distópico en el que las calles de Milán aparecen repletas de cadáveres que nadie puede retirar bajo pena de incurrir en un gravísimo delito. De por qué han muerto todas esas personas no se nos llega a decir la razón exacta, aunque las palabras que el Primer Ministro dirige a su hijo a propósito de que los cuerpos deben servir de advertencia a quien se atreva a tocarlos ("la muerte sirve para impedir otras muertes") dejan entrever que es la propia Autoridad quien está sembrando el terror entre la ciudadanía.
En cualquier caso, la realidad que dibuja esta película recuerda enormemente a lo ya apuntado con anterioridad por François Truffaut en Fahrenheit 451 (1966) a partir de la novela homónima de Bradbury: una sociedad de aspecto pop, pero en la que el Estado y su aparato represor, herederos de la mirada pesimista de Hobbes sobre la condición humana por aquello del "Homo homini lupus", observan con puntual rigor el estricto cumplimiento de las leyes, así como la aplicación de drásticas medidas punitivas ante la más mínima disidencia.
Que en Los caníbales está representada por Antígona (la sueca Britt Ekland) y el misterioso Tiresias (el francés Pierre Clémenti), quienes, como los personajes de la tragedia clásica, sentirán una irresistible compasión hacia su prójimo, subrayada, en esta ocasión, por el pez que utilizan como emblema y que podría remitir a los cristianos de las catacumbas.
Aunque si algo pretende transmitir esta revolucionaria fábula alegórica, oportunamente disimulada bajo el disfraz de la ciencia ficción e ilustrada por la enérgica banda sonora de Ennio Morricone, es la posibilidad (y aun el deber) de rebelarnos contra el fascismo latente en unas instituciones que, lejos de proteger al ciudadano, lo que hacen es alienarlo con la excusa del progreso y el bienestar.
En cualquier caso, la realidad que dibuja esta película recuerda enormemente a lo ya apuntado con anterioridad por François Truffaut en Fahrenheit 451 (1966) a partir de la novela homónima de Bradbury: una sociedad de aspecto pop, pero en la que el Estado y su aparato represor, herederos de la mirada pesimista de Hobbes sobre la condición humana por aquello del "Homo homini lupus", observan con puntual rigor el estricto cumplimiento de las leyes, así como la aplicación de drásticas medidas punitivas ante la más mínima disidencia.
Que en Los caníbales está representada por Antígona (la sueca Britt Ekland) y el misterioso Tiresias (el francés Pierre Clémenti), quienes, como los personajes de la tragedia clásica, sentirán una irresistible compasión hacia su prójimo, subrayada, en esta ocasión, por el pez que utilizan como emblema y que podría remitir a los cristianos de las catacumbas.
Aunque si algo pretende transmitir esta revolucionaria fábula alegórica, oportunamente disimulada bajo el disfraz de la ciencia ficción e ilustrada por la enérgica banda sonora de Ennio Morricone, es la posibilidad (y aun el deber) de rebelarnos contra el fascismo latente en unas instituciones que, lejos de proteger al ciudadano, lo que hacen es alienarlo con la excusa del progreso y el bienestar.
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