lunes, 8 de julio de 2019

Varda por Agnès (2019)
















Título original: Varda par Agnès
Directora: Agnès Varda
Francia, 2019, 115 minutos

Varda por Agnès (2019) de Agnès Varda

Tanto el título como el formato de lo que ya es considerado por muchos su testamento fílmico invitan a establecer un vínculo personal, casi íntimo, entre Agnès Varda y los espectadores. Porque, ya sea desde el escenario de un teatro o en unos jardines al aire libre, es la mujer, fallecida el pasado 29 de marzo a la edad de noventa años, la que se dirige a su público (a uno y otro lado de la pantalla) con el único objetivo de resumir los hitos más destacables de la carrera de Varda, la cineasta.

Se impone, por consiguiente, lo personal por encima de consideraciones de orden artístico. Así pues, y lejos de asumir su rol de gran realizadora vinculada a la Nouvelle Vague, Agnès, en primera persona, admite que para ella el cine no es más que la suma de tres factores: inspiración, creación y compartir. Sobre todo esto último, que no hay mayor drama para un director que el de la sala de cine vacía.



Son alrededor de dos horas a lo largo de las cuales la realizadora nos aporta las claves para entender por qué un buen día decidió ponerse detrás de una cámara, desde sus primeros cortometrajes, como L'opéra-mouffe (1958) u Oncle Yanco (1967), hasta la más reciente Visages villages (2017), en colaboración con el artista multidisciplinar JR. Un periplo de más de seis décadas en el que también se repasan sus largometrajes más recordados: Cléo de 5 à 7 (1962), Le bonheur (1965), Sans toit ni loi (1985), Jacquot de Nantes (1991) sobre la infancia de su difunto marido, el también cineasta Jacques Demy, o su afamada primera incursión en el mundo digital: Les glaneurs et la glaneuse (2000).

Sabedora de que el tiempo se acaba, Varda apura frente al mar los últimos instantes de una existencia longeva. De hecho, confiesa, el mar siempre ha estado muy presente en su vida: el Mediterráneo durante su niñez en Sète; luego, ya casada, Demy le descubrió el Atlántico y, junto a él, tuvo ocasión de conocer el Pacífico cuando ambos fueron a trabajar a Hollywood. Qué mejor espacio, pues, que una playa para dejar que el cuerpo se volatilice, dando paso, acto seguido, a la inmortalidad de las imágenes.


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