miércoles, 24 de julio de 2019

Sin fin (1985)

















Título original: Bez końca
Director: Krzysztof Kieślowski
Polonia, 1985, 107 minutos

Sin fin (1985) de Krzysztof Kieślowski

Es axioma universalmente aceptado en los círculos cinéfilos considerar buen augurio el hecho de que una película dé comienzo siendo narrada por un difunto. Así arrancaba, por ejemplo, Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses, 1950) de Billy Wilder, por citar el paradigma de tan necrófila categoría. 

Y así es como empieza Bez końca, el filme que supondría la primera de tantísimas colaboraciones entre el cineasta Krzysztof Kieślowski y su guionista habitual, a partir de entonces, Krzysztof Piesiewicz. También fue, por cierto, el inicio de la fructífera asociación entre Kieślowski y el compositor Zbigniew Preisner. Conforman el reparto muchos de los actores habituales en las producciones del director polaco: Grazyna Szapolowska (Urszula), Aleksander Bardini (el letrado Labrador), Maria Pakulnis (Joanna), Artur Barciś (el encarcelado Darek)...

El difunto Antek (Jerzy Radziwilowicz)

Crítica con el sistema socialista en la misma medida que lo había sido, anteriormente, El azar (1981), Sin fin plantea un escenario moralmente desolador como consecuencia del estado de sitio decretado por el general Jaruzelski entre diciembre de 1981 y julio de 1983. Una drástica y sanguinaria ley marcial mediante la que se pretendió neutralizar la creciente popularidad del sindicato católico Solidarność.

He ahí el contexto histórico y social en el que se desarrolla la historia de Urszula, traductora de Orwell, madre de un hijo y viuda del abogado cuyo espíritu, ya desde la escena inicial, va a ser testigo de la mayor parte de acontecimientos. Puede que Piesiewicz y Kieślowski no albergasen la más mínima intención de valerse de símbolos en su cine —tal y como manifestara el primero de ellos, hace unos días, en su reciente visita a la Filmoteca de Catalunya—, aunque ello no impide que quien lo desee vea, en determinados momentos de Bez końca (el curandero que "sana" a sus pacientes a través de la hipnosis, la fiel esposa que aparca sus ideales para prostituirse a cambio de cincuenta míseros dólares...), una advertencia certera de lo que le esperaba a Polonia tras el comunismo.


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