martes, 23 de junio de 2015

Manolo, guardia urbano (1956)




Director: Rafael J. Salvia
España, 1956, 83 minutos

Manolo, guardia urbano (1956)


"Típica comedia costumbrista". He ahí la habitual coletilla con la que se suele calificar a no pocas películas rodadas durante el franquismo. En el caso de Manolo, guardia urbano (1956) casi casi podríamos incluso añadir el adjetivo propagandística, ya que la finalidad de este filme escrito y dirigido por Rafael J. Salvia no parece ser otra sino ensalzar la tarea de uno de los cuerpos de seguridad del Estado. Así pues, el adorable Manolo Martínez encarnaría al ideal de hombre de la dictadura (campechano, simplón, dócil) en su doble función de protagonista de la historia y modelo para el espectador. Vamos: que la gente debía salir del cine pensando "¡Qué salao que es este tío!", "¡Qué majos son los agentes de la guardia urbana!" y "¡Cómo me gustaría parecerme a este Manolo!"

Y poco más se puede añadir de una película cuya trama es más bien un pretexto repleto de tópicos y lugares comunes: un bebé extraviado, un espontáneo que salta al ruedo (y que bebe los vientos por Paloma, la hija adoptiva de Manolo), un cura aficionado a las quinielas...

Lo que sí vale la pena destacar es el conjunto de secundarios que intervienen: Tony Leblanc, Ángel de Andrés, Pepe Isbert, Julia Caba Alba... E incluso, en apariciones fugaces, Antonio Ozores (como recepcionista de hotel) y Luis Sánchez Polack (el Tip del mítico dúo Tip y Coll, que interpreta a Gervasio, el criado fúnebre de un velatorio). 

Aunque los más entrañables de la nómina anterior son, sin duda, Nicolás D. Perchicot y Antonio Riquelme. El primero encarna a un veterano de la guerra de Filipinas que, en su delirio de grandeza, se ha ido ascendiendo a sí mismo en sus recuerdos hasta llegar a coronel. El segundo interpreta a Orfeo (tiene guasa el nombrecito): violinista ambulante de aspecto quijotesco que siempre afirma estar a punto de irse a París para actuar en una prestigiosa sala de conciertos, pero que vive realmente de dar el sablazo a cuantos se cruzan en su camino.

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