Director: Rafael Gil
España, 1947, 137 minutos
La obra cumbre de la literatura castellana ha sido objeto de no pocas adaptaciones cinematográficas. Además de la versión de Rafael Gil, cabría mencionar también Don Quijote cabalga de nuevo (1973), con Cantinflas en el papel de Sancho y Fernando Fernán Gómez en el del hidalgo manchego, El Quijote de Miguel de Cervantes (1991–1992), dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón para RTVE, y, del mismo director, El caballero Don Quijote (2002).
De las versiones extranjeras, las más curiosas son la inacabada de Orson Welles (iniciada en 1955), El hombre de la Mancha (1972), sobre el musical de Brodway del mismo título y protagonizada por Sofia Loren y Peter O'Toole, la soviética Don Kikhot (1957) dirigida por Grigori Kozintsev o el Don Quixote (1933) de Georg Wilhelm Pabst.
Estando, como estamos, en 2015 (año de conmemoración del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de la novela), era bueno recordarlo.
En cuanto a la adaptación de cartón piedra de Rafael Gil, poco se puede añadir que no salte a la vista: la España de la autarquía no estaba para muchos cohetes, pero, aun así, Cifesa se permitió la licencia de rodar esta superproducción (para los medios escasos de la época, claro está), rebosante de decorados y vestuario. La interpretación de los actores (encabezados por Rafael Rivelles y Juan Calvo) adolece, sin embargo, del estilo declamatorio y engolado que imperaba por aquel entonces en las tablas nacionales.
Da la sensación, por otra parte, de que se ha querido resumir mucho texto en poco espacio y la transición entre un episodio y otro resulta precipitada. No se proyecta la imagen real del don Quijote popular, con su castellano coloquial, sino que deliberadamente se quiso "ennoblecer" al personaje (en el peor sentido de la expresión), prescindiendo de todo elemento realista. En el afán por condensar la trama, además, se falta a la verdad: cuando hacia el final de la película don Quijote propone a Sancho una cuarta salida (como pastores: Quijótiz y Pancino) se está obviando que en la novela de Cervantes es Sancho quien hace la propuesta, con lo que tiene de revolucionario que el escudero haya interiorizado los valores de su amo (se ha quijotizado, por así decirlo). Parece como si la censura franquista hubiera querido evitar que la locura (la sana locura de don Quijote) pudiera contagiarse a otros personajes.
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