lunes, 16 de noviembre de 2015

Esta es mi vida (1952)




Director: Román Viñoly Barreto
Argentina, 1952, 90 minutos

Entre lo folclórico y lo quimérico...

Esta es mi vida (1952)


Cantante español de copla, Miguel de Molina había nacido en Málaga el 10 de abril de 1908. Pero sus simpatías republicanas así como su orientación sexual le obligaron a exiliarse en Argentina, país en el que moriría el 4 de marzo de 1993.

Fue allí donde en 1952 tuvo ocasión de interpretar un filme biográfico de explícito título basado (a pesar de que en los créditos iniciales se diga lo contrario) en su propia trayectoria. Esta es mi vida plantea la llegada del artista a América y su posterior declive personal tras el dramático fallecimiento de su madre, aunque en su imaginación siga levantando pomposas coreografías para números musicales por él protagonizados. Algunos de ellos, como el de la "Bien pagá", se convertirán con los años en clásicos del género. He aquí otros episodios a destacar: "Zorongo gitano", "¡Viva Sevilla!", "La niña caracola", "La hija de don Juan Alba", "Nana del cabrerillo", "Catalina" o el exuberante cuento cubano "Don Triquitraque", que marcará su regreso a los escenarios tras conocer a la hijita de María del Pilar Montes, la cual lleva, por cierto, el nombre de su añorada madre (Juanita), y con el que se cerrará la película en un final apoteósico.

El círculo de amistades de Miguel, del que forman parte algunos empresarios del espectáculo, intentará protegerlo de su marcada propensión autodestructiva (juego, bebida...). Es el caso de don Samuel, aquel pintoresco personaje, a todas luces (y a juzgar por su marcado acento) emigrante judío centroeuropeo, que a lo largo de los años lo mismo veremos acoger calurosamente a Miguel que exigirle el pago de sus muchas deudas.

Aunque uno de los atractivos principales de Esta es mi vida son, sin lugar a dudas, los decorados de Jorge Beghé, concebidos en la más pura tradición kitsch, y los artesanales efectos especiales de Alberto Etchebehere: tratándose de una película rodada íntegramente en estudio, dicha ambientación (a medio camino entre lo folclórico y lo quimérico) hace emparentar al film que nos ocupa con otras producciones musicales de similar estética tales como Embrujo (1948), dirigida por Carlos Serrano de Osma y al servicio del talento de Lola Flores.

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