lunes, 9 de noviembre de 2015

El bailarín y el trabajador (1936)










Director: Luis Marquina
España, 1936, 83 minutos




Poco o nada tiene que envidiar El bailarín y el trabajador (1936) al cine que se estaba haciendo en aquel entonces en Hollywood: banda sonora, argumento, vestuario, complejos movimientos de cámara en amplios estudios repletos de extras, coreografías, canciones... Todo en el segundo film dirigido por Luis Marquina parece remitir a los musicales de Fred Astaire y Ginger Rogers.

La diferencia, eso sí, estriba en el hecho de que la situación política que atravesaba España, en plena efervescencia social y a las puertas de una guerra civil, dejó en la película algunas alusiones significativamente conectadas con dicha realidad. Ahí quedan, no sin cierto ápice de ironía, las continuas referencias a la clase obrera: "¡El trabajar es un placer!", cantan al unísono los alegres empleados de la fábrica de galletas Romagosa. O sirva de ejemplo aquella joven trabajadora de la misma factoría que pregunta ingenuamente: "¿Qué es el proletariado?"

Como si de una Metrópolis o un Tiempos modernos se tratase, la película arranca con escenas de operarios entrando a trabajar a la factoría y manipulando allí la maquinaria que rinde tenazmente en régimen de cadena de montaje.

En esa misma línea, el guion, inspirado en la comedia Nadie sabe lo que quiere del Premio Nobel Jacinto Benavente, incide también en el hecho de que el protagonista Carlos Montero (interpretado por Roberto Rey) no tenga ningún inconveniente en remangarse y acabar poniéndose el mono de trabajo para ayudar en el taller. Y todo para demostrarle a don Carmelo (Pepe Isbert, todavía sin la característica carraspera que lo haría célebre años después) que el amor por su hija Luisa (Ana María Custodio) es totalmente desinteresado.

Conseguirá su objetivo con creces, toda vez que logrará escalar posiciones en la compañía hasta convertirse en el hombre de confianza de don Carmelo, capaz de patentar un nuevo y exitoso prototipo de galleta hecha con mermelada. Sin embargo, su mayor dedicación al trabajo irá acompañada de un progresivo distanciamiento de su prometida, que se sentirá abandonada...

Claro que Carlos también hará muy buenas migas con Patricio (Antonio Riquelme), el humilde operario junto al que comienza su tarea en la empresa y que experimentará el proceso inverso al del bailarín: ataviado con su correspondiente esmoquin, acabará acompañando a Carlos al selecto Royal Club.

Resulta curioso, por último, reconocer en el reparto la presencia de otros actores pertenecientes a destacadas sagas llamadas a descollar en años venideros: Irene Caba Alba, Mariano Ozores... son algunos de esos apellidos ilustres.

Luego vendría la contienda y las calamidades a ella inherentes, lo cual incluye varios lustros de circunspecta censura encargada de hacer inviable este tipo de cine.

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