martes, 24 de noviembre de 2015

El inquilino (1958)




Director: José Antonio Nieves Conde
España, 1958, 95 minutos

El inquilino (1958)
de José Antonio Nieves Conde


Las dificultades a las que debe hacer frente la pareja protagonista de El inquilino (Fernando Fernán Gómez interpreta al practicante Evaristo González y María Rosa Salgado, a su esposa Marta) para acceder a una vivienda digna conforman el motor de esta comedia maldita del cine español que, tras su estreno en 1958, sería prohibida para, tiempo después, ser reestrenada con un final distinto (felicísimo, por supuesto) más acorde con la imagen de estabilidad y modernidad que deseaba promover el Régimen.

Pero el guion inspirado en el argumento de José Luis Duró y escrito por el propio José Antonio Nieves Conde, José María Pérez Lozano y Manuel Sebares Caso daba a entender, mediante un endiablado uso de la ironía en los diálogos y las situaciones, que una de las necesidades básicas de todo ciudadano resultaba de muy difícil cumplimiento en la España de Franco. No se trata de un ejemplo aislado, si tenemos en cuenta los casos análogos de El pisito (1959) de Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry o Esa pareja feliz (1953) de Berlanga y Bardem.

En esa línea de fina crítica no exenta de humorismo se enmarca la visita del matrimonio a la "asociación benéfica", entidad en cuyas paredes se pueden leer máximas que, a la vista de la realidad imperante, resultan involuntariamente ridículas: "Una vivienda propia es la base de una familia"; "La especulación sobre la vivienda es un hecho criminal"; "El problema de la vivienda es el más acuciante problema de nuestro tiempo"; "Sólo con vivienda propia podrá el Hombre cumplir su destino social"... Al final, todo queda en agua de borrajas, enésima versión del "vuelva usted mañana", con la desamparada pareja viéndose precisada a rellenar un sinnúmero de impresos de todos los colores y tamaños: ¡son tantos que hay que filmarlos en trávelin!



Pero el sarcasmo va en aumento, puesto que al salir topan con un solitario cortejo fúnebre y no se les ocurre nada mejor que plantarse en casa del finado a ver si hay suerte y no deja herederos que reclamen para sí el piso... Así que de Larra pasamos a la España negra del Lazarillo y de toda la Picaresca, que es como decir que Evaristo y Marta van de mal en peor. Lástima que otros siete hayan tenido la misma ocurrencia... Está claro que habrá palos. Como sucede en las Screwball comedies americanas, la trama se va enredando cada vez más hasta rozar el absurdo. Y por ello y por las estrecheces que padecen, Evaristo acabará haciendo de "torero" si hace falta...

Aunque para ilustrar dicha escasez, Nieves Conde optó por inspirarse no sólo en la triste realidad de su entorno más inmediato sino también en un par de escenas célebres de Tiempos modernos de Chaplin. Una de ellas es el momento en el que Evaristo y Marta visitan una chabola ruinosa al otro lado del río en la que planean establecerse y que recuerda mucho a la que visitan Charlot y su amiga la vagabunda en Modern Times. La otra es el delirio / ensoñación en el que la pareja irrumpe en el Barrio de la Felicidad, aclamados por el vecindario y conducidos por el promotor de los pisos Madruga a su "nuevo y confortable hogar", equipado con todo lujo de detalles (¡diecisiete armarios empotrados!) Pero al hacer blanco en la diana con una inyección de considerables proporciones el sueño y la mansión se desvanecen y Evaristo se ve de vuelta en la triste realidad tras su borrachera nocturna.



Hay, sin embargo, otros tipos en El inquilino que merecerían ser igualmente comentados, como el elemental Fulgencio de boina calada: tosco en sus maneras, pero en el fondo benevolente, pues se deja ablandar por los ruegos de su cuadrilla de jornaleros y continuamente aplaza el fatídico momento de la demolición del apartamento de los González. O el severo aunque joven inspector que, impecablemente trajeado, los apremia acuciante para que abandonen el piso en cuyo solar Mundis (Destrucción y Construcción S.A.) deberá levantar un edificio para oficinas y galerías comerciales. Y ¿qué decir del inefable José Luis López Vázquez en su breve papel de guía del barrio Mundis-Jauja?: sencillamente hilarante. Desde luego, las 90.000 pesetas de entrada y mil mensuales durante treinta años sí que son, como él dice, "un precio de escándalo" para un piso (en especial si se deshacen las paredes con solo tocarlas).

Por todo lo cual se comprenderá que, en el mismo año en el que se creaba el Ministerio de la Vivienda, las autoridades franquistas no pudieran tolerar en modo alguno una película con semejante contenido.


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