martes, 3 de marzo de 2020

El pequeño salvaje (1970)




Título original: L'enfant sauvage
Director: François Truffaut
Francia, 1970, 81 minutos

El pequeño salvaje (1970) de François Truffaut

Un niño de unos once o doce años, que tiempo atrás había sido avistado totalmente desnudo por los bosques de La Caune a la busca de bellotas o raíces, de que se alimentaba, fue en los mismos parajes descubierto, hacia el final del año 1798, por unos cazadores, que consiguieron darle alcance y apoderarse de él, cuando intentaba, en las ansias de la fuga, ampararse entre las ramas de un árbol.

Jean Marc Gaspard Itard
Mémoire sur Victor de l'Aveyron (1801)
Traducción de Rafael Sánchez Ferlosio

Desde Zeus y Rómulo hasta Mowgli y Tarzán, las leyendas relativas a los "niños salvajes" han fascinado siempre a los hombres. ¿Acaso han visto en estas historias de niños abandonados, recogidos y criados por lobos, osos o monos, y que acaban por convertirse en Rey, en Dios o en Lord inglés, el símbolo del extraordinario destino de su raza? ¿O simplemente mantienen, al contarlas, la secreta nostalgia de una vida animal, "natural", que sería como una edad de oro definitivamente perdida?

François Truffaut y Jean Gruault
El niño salvaje
Traducción de Miguel Rubio

Ahora me doy cuenta de que el tema de El niño salvaje participa a la vez de Los cuatrocientos golpes y de Fahrenheit 451. En Los cuatrocientos golpes mostré a un niño que carece de amor, que crece sin cariño; en Fahrenheit 451 se trata de un hombre que carece de libros, es decir, de cultura. En Victor de l'Aveyron la "carencia" es todavía más radical: el lenguaje. Los tres filmes están construidos, pues, sobre una frustración mayor. Incluso en mis restantes películas me he interesado por la descripción de personajes que están fuera de la sociedad; no son ellos los que rechazan a la sociedad, es la sociedad la que los rechaza.

François Truffaut
Cómo rodé "El niño salvaje"
Traducción de Miguel Rubio

Son muchos y diversos los motivos por los que guardo un especial cariño a L'enfant sauvage. De entrada porque ésta fue la primera película que yo vi en toda mi vida (al menos, y por sorprendente que parezca, la primera que tengo conciencia de haber visto), pero también porque su temática, tan íntimamente vinculada al ámbito de la educación, marcaría premonitoriamente mi posterior carrera profesional en el mundo de la enseñanza. A este respecto, ningún docente debiera perder de vista la que, a todas luces, parece la principal conclusión a la que se presta el filme de Truffaut: que no hay alumno, por rezagado que se halle en su proceso madurativo, por el que no merezca la pena luchar.

Sin embargo, la personal puesta en escena del director francés (tanto, que se atrevió a protagonizarla él mismo) va mucho más allá de lo estrictamente pedagógico para profundizar en la esencia de nuestra condición humana: abandonado a su suerte en plena naturaleza, el desvalido salvaje no pasa de ser una simple alimaña maloliente expuesta a mil y una inclemencias. No obstante, será la cultura, en su acepción etimológica de cultivo, la que permita moldear al individuo hasta extraer de él su máximo potencial, el pleno desarrollo de unas facultades intelectivas cuya razón de ser última carece por completo de sentido fuera de la vida en sociedad.



Tal y como admite el propio cineasta en las notas que complementan el guion del filme (publicado, en su día, por la editorial Fundamentos), "la fuerza de la película reside en que este niño ha crecido al margen de la civilización, de modo que todo lo que hace en el film lo hace por primera vez". Y así, merced a los innovadores métodos de aprendizaje del doctor Itard, lo iremos viendo abandonar progresivamente su estado de embrutecimiento para que la persona emerja de lo que hasta ese momento no era más que una bestia convertida en atracción turística para solaz de los parisinos.

Transformado ya en Victor, el muchacho será sometido a inacabables sesiones de ejercicios por parte de Itard, mientras que, a su vez, la maternal ama de llaves del doctor, Madame Guérin, ejerce un influjo no menos necesario sobre el chico: la afectividad que complemente tantísimas horas de arduo trabajo intelectual. ¿Acaso no fue el mismo Truffaut un niño desamparado? Interpretando, pues, al maestro se identifica, en cambio, con la criatura, muda, indefensa, que mira sin ver y oye sin escuchar. Una simple palabra ("lait !") será para él un logro notable: los progresos del muchacho y, con ellos, la fe en la humanidad dejarán, al final, una puerta abierta a la esperanza que conecta de pleno con el espíritu de la Ilustración.


6 comentarios:

  1. La vi hace tanto que casi no puedo recordarla pero estoy seguro de que volvería a parecerme maravillosa.

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    1. Por supuesto. Por algo es mi película favorita.

      Saludos.

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  2. Pienso lo mismo, que Truffaut vio en la historia parte de su experiencia vital. En cualquier caso, hay todo un subgénero con esta temática, cantidad de películas, muchas de ellas basadas en hechos reales que narran prácticamente lo mismo.
    Saludos

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  3. Como El libro de la selva o las películas de Tarzán. Sin embargo, para mí no hay ninguna que pueda igualar a ésta.

    Un abrazo

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  4. Hola Juan!
    Tengo un muy lejano recuerdo pero si es cierto que la película es de las que te dejan huella. Siempre he pensado que el cine tiene un punto motivacional, me ha gustado saber que fue con ella donde se te encendió la llama de la enseñanza.
    Saludos!

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    1. ¡De la docencia y, sobre todo, de la cinefilia!

      Un abrazo, Fran.

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