sábado, 21 de diciembre de 2019

Gremlins (1984)




Director: Joe Dante
EE.UU., 1984, 106 minutos

Gremlins (1984) de Joe Dante

Gremlins (1984) fue una de las primeras películas que recuerdo haber visto en pantalla grande, cuando tenía apenas nueve años. Y que ahora, al revisitarla con unos cuantos más encima, compruebo que contiene gran cantidad de referencias y guiños cinéfilos, amén de un homenaje explícito a ¡Qué bello es vivir! (1946). De entrada, porque el pueblo donde transcurre la acción no sólo posee un nombre muy parecido (el Bedford Falls del clásico de Capra se transforma aquí en Kingston Falls), sino que sus calles recrean, de forma exacta, el mismo trazado de un centro urbano en el que sobresalen las fachadas de varios edificios públicos (por cierto: Regreso al futuro se rodaría, un año después, en ese mismo decorado).

Aunque no quedan ahí las similitudes: el protagonista, al igual que George Bailey, trabaja en una entidad bancaria. Y, de la misma manera que a aquél se le quedaba siempre entre los dedos el pomo del pasamanos cada vez que se disponía a subir la escalera, en la casa de los Peltzer será una espada colgada en la pared la que, invariablemente, se desprenda cuando se cierra la puerta principal. Como es, asimismo, remarcable la mezcla que llevó a cabo el guionista Chris Columbus al fusionar al inquisitivo Potter de It's a Wonderful Life con la adusta miss Gulch de El Mago de Oz (1939). Resultado: una anciana huraña y gruñona, la señora Deagle, propietaria del banco y de media ciudad, con la misma ojeriza hacia el perro del protagonista que la sufrida por el dócil Toto en aquella recóndita aldea de Kansas en la que habitaba la pizpireta Dorothy junto a sus tíos.

Billy (Zach Galligan) viendo pelis en compañía de Gizmo

Luego está ese juego de alusiones puntuales, pero igualmente destacables —la máquina del tiempo de El tiempo en sus manos (1960), la persecución en el centro comercial con Gizmo al volante que remite a ¡Hatari! (1962) pero que inspirará la de Toy Story (1995), los gremlins viendo enardecidos Blancanieves (1937) en el mismo cine en el que poco después van a ser masacrados tal y como Tarantino hará con los nazis de Malditos bastardos (2009)— que convierten a este hito de la ciencia ficción ochentera en una especie de filme bisagra entre el pasado reciente y el futuro inmediato.

Sobre lo demás habría poco que añadir: entrañables oseznos cantarines y monstruitos verdes de la factoría Spielberg gamberreando a diestro y siniestro, si bien una trama tan aparentemente mainstream deja traslucir —entre líneas, medio en serio medio en broma— el temor yanqui con respecto a la presencia de capital extranjero en el seno de su propia economía, en plena recesión por aquel entonces. En este sentido, comentarios como los del vecino, dudando de la calidad de los coches manufacturados en el extranjero frente a la, en teoría, infalible tecnología local, evidencian el declive del otrora pujante American Way of Life, cuyo reverso directo en la película sería el padre de familia inventor de cachivaches que nunca funcionan.

El director Joe Dante (es el de las gafas)

2 comentarios:

  1. Hola Juan!
    Es curioso como ya bien sea por un motivo u otro tenemos las películas ligadas a su correspondiente recuerdo. En su momento fue un auténtico bombazo. Yo con el tiempo también descubrí algunas de las similitudes que mencionas.
    Estupenda la entrada, como ya nos tienes acostumbrados...jeje
    Saludos!

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    Respuestas
    1. ¡Feliz Navidad, Fran!

      Y recuerda las tres reglas del Mogwai (que el irresponsable Billy no cumplió):

      1) No exponerlo a la luz brillante (en especial a la luz solar), porque morirá; 2) Nunca mojarlo; y 3) La regla más importante, la que nunca se debe olvidar: nunca, NUNCA, lo alimentes después de la medianoche.

      Saludos,
      Juan

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