Título original: Romeo and Juliet
Director: Franco Zeffirelli
Reino Unido/Italia, 1968, 133 minutos
Romeo y Julieta (1968) de Franco Zeffirelli |
En la bella Verona, donde situamos nuestra escena, dos familias, iguales una y otra en abolengo, impulsadas por antiguos rencores, desencadenan nuevos disturbios, en los que la sangre ciudadana tiñe manos ciudadanas. De la entraña fatal de estos dos enemigos cobraron vida bajo contraria estrella dos amantes, cuya desventura y lastimoso término entierra con su muerte la lucha de sus progenitores.
William Shakespeare
La tragedia de Romeo y Julieta
Traducción de Luis Astrana Marín
Como los lienzos de Jean-Léon Gérôme o de Ingres, el Romeo y Julieta de Zeffirelli tiene un trazo de cromo, de reconstrucción preciosista y minuciosa que sería recompensada con sendos Óscar: mejor fotografía para Pasqualino de Santis y mejor diseño de vestuario para Danilo Donati. Colorido y delirio romántico subrayados, además, por la partitura de Nino Rota. Todo muy en la línea de las aclamadas superproducciones sentimentales que arrasaban en la época: Los paraguas de Cherburgo (1964) de Jacques Demy, Un hombre y una mujer (1966) de Claude Lelouch, Love Story (1970) de Arthur Hiller...
Sin olvidar, eso sí, que se trata, ante todo, de una película de época que adaptaba una de las obras cumbre de la literatura universal. Y que, como todo éxito de taquilla que se precie, guarda no pocas sorpresas y curiosidades. Por ejemplo, que la voz del narrador con la que se abre y se cierra la historia es la de Sir Laurence Olivier, aunque no aparezca acreditado. O que, según parece, Franco Zeffirelli quedó por completo prendado de su Julieta, una casi adolescente Olivia Hussey con la que habría de volver a trabajar en la serie televisiva Jesús de Nazaret (1977).
El hecho de que los exteriores se rodasen en la propia Verona podría asimismo considerarse una circunstancia destacable de no ser porque el también italiano Renato Castellani (1913–1985) ya había hecho lo propio en su meritoria (y a menudo olvidada) versión de 1954, un portento que convendría reivindicar por su delicada y cuidada factura: que lo que tiene Zeffirelli de espectacularidad (y cientos de extras batallando a favor o en contra de Montescos y Capuletos) le sobraba en refinamiento a su compatriota.
En cualquier caso, y permítasenos barrer para casa (valga la paronomasia), los amores prohibidos del apolíneo Romeo (¡hay que ver cómo se parece Leonard Whiting a Zac Efron!) y la gentil Julieta son cien años posteriores a los de Calisto y Melibea, quienes también la liaron parda por hacer caso omiso de las advertencias de sus mayores. Vaya, pues, para Fernando de Rojas la gloria de haber creado unos personajes tan llenos de vida que ni la frialdad senequista del teatro isabelino ni el despliegue de medios Made in Hollywood de Zeffirelli pudieron jamás igualar.
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