Título original: Lazzaro felice
Directora: Alice Rohrwacher
Italia/Suiza/Francia/Alemania, 2018, 125 minutos
Lazzaro feliz (2018) de Alice Rohrwacher |
La que pasa por ser una de las mejores películas estrenadas en 2018 nos sitúa en un marco espaciotemporal absolutamente equívoco: ¿estamos en la Italia de la inmediata posguerra? ¿Son los años cincuenta, sesenta, setenta...? De repente, ya avanzada la acción, uno de los personajes saca un teléfono móvil, de los antediluvianos, con antena desplegable. Y así, poco a poco, indicio tras indicio, el espectador va más o menos ubicándose. Aunque las fronteras entre pasado y presente se desdibujan en Lazzaro felice hasta tal punto que poco o nada importa dónde y cuándo se desarrolla la historia.
Porque lo que se propone la joven realizadora Alice Rohrwacher (Fiesole, Toscana, 1982) es precisamente adoptar un aire de fábula atemporal, heredero en espíritu y forma del cine de los grandes autores surgidos de la corriente neorrealista, que ahonde en lo más profundo de la idiosincrasia italiana hasta averiguar, si es que ello es posible, cuáles han sido las causas de que el país se aventurase, una tras otra, en continuas derivas de consecuencias impredecibles.
El protagonista, un joven campesino, cándido y servicial, cuyo nombre lleva implícita la idea de resurrección, desaparece en un momento dado para irrumpir, al cabo de los años y sin que su apariencia haya variado lo más mínimo, en un mundo que ya no es el mismo. ¿Realismo mágico? ¿Algún mensaje críptico en la línea del Pasolini de Teorema (1968)? ¿Espiritualidad campestre heredada de L'albero degli zoccoli (1978) de Ermanno Olmi? Más aún, ¿rebelión de los lugareños como la ensayada por Berolucci en Novecento (1976)? En realidad, este tipo de quiebros inesperados los hemos visto muchas veces en las obras de madurez del mejor Fellini —el de 8½ (1963) o Giulietta degli spiriti (1965)—, si bien, tirando aún más atrás, se percibe el eco literario del "Rip van Winkle" de Washington Irving (1783–1859).
Tan accidentado periplo, trufado de numerosas notas de crítica social, no queda exento, sin embargo, de cierta comicidad que aflora, aquí y allá, merced a personajes secundarios como el capataz de la marquesa o el granuja de medio pelo al que da vida Sergi López. Y ello es debido, casi con toda probabilidad, a que Lazzaro felice participa de la misma fórmula tragicómica que se haya presente en lo quijotesco y en lo esperpéntico; en los falsos milagros; en los desdentados aparceros de la heredad La Inviolata (sutil parábola del fascismo), condenados a la esclavitud feudal por una decadente aristócrata que cultiva tabaco; en la inverosimilitud de que amo y criado sean medio hermanos; en la utopía, en definitiva, de que un viejo lobo solitario avance a contracorriente por las procelosas carreteras del progreso.
A mí el marco temporal me pareció bastante claro en todo momento, gracias a la ropa, a los coches, a los accesorios e, indirectamente, a la música: comienzos de la deécada del los 90 en la primera parte, época actual en la segunda. No recuerdo que amo y criado fueran medio hermanos, más bien que, a instancia del joven amo, se creara entre los dos una supuesta "hermandad de sangre".
ResponderEliminarNo pongo en duda que los indicios que comentas están presentes en la película, si bien tampoco se concreta con exactitud el momento en el que tiene lugar la acción (fíjate en que la noticia referente a la detención de la marquesa que leen los personajes, ya en la segunda parte, está fechada en 1977...) Además, si la historia realmente arrancase en los noventa, ¿tú crees que el Tancredi adolescente habría tenido tiempo de convertirse en el casi anciano que es en el tramo final de la peli? Y en cuanto a lo de "medio hermanos", sí tienes razón: aunque si no lo digo al pie de la letra, como haces tú, es simplemente porque no me gusta destripar las películas.
EliminarEn cualquier caso, celebro que filmes como éste den pie al debate y a críticas constructivas como la tuya.
Gracias por tu comentario y hasta pronto.