lunes, 14 de enero de 2019

El gran baño (2018)
















Título original: Le grand bain
Director: Gilles Lellouche
Francia/Bélgica, 2018, 122 minutos

El gran baño (2018) de Gilles Lellouche

Con mejor o peor criterio, los carteles que anuncian esta película en el metro de Barcelona se refieren a ella como "un Full Monty a la francesa". En realidad, y al margen de que tales comparaciones vayan más encaminadas a hacer taquilla que no a hacer justicia, lo cierto es que la cinematografía de nuestro país vecino posee una larga tradición de filmes protagonizados por patanes que se marcan objetivos a priori inalcanzables. 

Sin ir más lejos, Le concert (2009) de Radu Mihaileanu planteaba, hace justo una década, la posibilidad de que una orquesta de aficionados triunfase en el mundo entero. Y así podríamos ir tirando hacia atrás hasta llegar a Les bronzés (1978) de Patrice Leconte, Les visiteurs (1993) de Jean-Marie Poiré o hasta las genialidades de Jacques Tati. Títulos, todos ellos, muy dispares entre sí, pero unidos por un mismo denominador común: la heroicidad del torpe.

Ciertamente, el adjetivo torpe se queda más bien corto para referirse a los protagonistas de Le grand bain (última incursión tras las cámaras del actor Gilles Lellouche), pues atreverse a montar un equipo masculino de natación sincronizada cuyos miembros, en su mayoría, sobrepasan ampliamente los cuarenta es una idea tan quijotesca como entrañable. Sobre todo a medida que vayamos conociendo los entresijos de la historia personal de cada uno de sus integrantes, incluidas las dos entrenadoras.



Aun así, y ello es lo peor, le acaba de faltar algo de gancho a una historia que, en principio, lo tenía todo para conectar con el público, comenzando por actores de la talla de Mathieu Amalric. Y aunque en teoría no tenga por qué ser un defecto, pero la verdad es que se le nota un cierto aire de reunión de amigos, algo que ya sucedía en Pequeñas mentiras sin importancia (Les petits mouchoirs, 2010), donde, contrariamente a lo que aquí sucede, el que dirigía era Guillaume Canet, mientras que Lellouche interpretaba un pequeño papel. Además de que, tanto en la una como en la otra, se percibe un exceso de música incidental (lo cual se nos antoja que debe de ser una tentación muy propia de actores que se pasan a la dirección: la de incluir algunas de tus canciones favoritas en la banda sonora).

Con todo, merece la pena defender, pese a sus carencias, un filme que apuesta por la libertad de elección del individuo frente a la indiferencia de los demás; que nos invita a que seamos nosotros mismos, sin complejos, antes que dejarse arrastrar por los sinsabores de una tediosa vida convencional.


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