domingo, 13 de enero de 2019

Juventud a la intemperie (1961)




Director: Ignacio F. Iquino
España, 1961, 91 minutos

Juventud a la intemperie (1961) de Iquino


He aquí el escenario, la urdidumbre de cualquier gran ciudad del mundo. Entre sus tentáculos de cemento, entre el humo y el estrépito, la aglomeración y el desasosiego, acosada y tentada por las más bajas solicitudes de la corrupción espiritual, alientan extensos núcleos de una juventud sin ideales. Los esfuerzos realizados por los estadistas y las entidades seculares para arropar el desangelamiento moral de las nuevas generaciones sin amor al pasado ni fe en el futuro, que viven como en un estado de angustia nacido del caos que provocó la última contienda universal, no han bastado para evitar que, junto a una juventud que se prepara animosa para construir un mundo mejor, enardecida de nobles ambiciones, se agite y se consuma, en el nirvana de su desaliento y en los percances morbosos de cada día, otra juventud que vive a la intemperie.

No contento con la farragosa alocución que sigue a los títulos de crédito, el bueno de Iquino todavía consideró necesario añadir una cita atribuida al mismísimo fundador de la Falange Española: 

"A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar frente a la poesía que destruye la poesía que promete!" 
JOSÉ ANTONIO

Ante semejantes premisas, pocas dudas pueden quedar respecto al posicionamiento ideológico de un filme que se inscribe en la vertiente más tendenciosa del prolífico cineasta catalán: disfrazado de drama social, Juventud a la intemperie es un panfleto reaccionario ya desde su propio título, concebido con el objetivo de que fuese calando entre la población un discurso victimista y agorero en lo relativo a determinados sectores de las nuevas generaciones (sobre todo los yeyés). Justamente, los que no fueron a la guerra y que son vistos con recelo por la vieja guardia, temerosa de que tanto niñato ocioso y gamberro eche a perder el legado de la victoria franquista.



En dicho sentido, resulta enormemente revelador el hecho de que el comisario Torres (Adriano Rimoldi) se vea en la tesitura de tener que afrontar una investigación en la que el principal sospechoso es su propio hijo Alberto (Manuel Gil). No en vano, las paredes del club Bongos, local de moda en el que se produce el apuñalamiento de Susana (Marisol Ayuso), aparecen cubiertas de proclamas que no tienen desperdicio: "Tenemos un himno, el rock and roll... y un objetivo: la luna. ¿No es bastante?"; "¡Inventemos fórmulas nuevas!"; "El trabajo es anatema. ¡Queremos divertirnos! ¡Que trabajen las máquinas!"; "No queremos saber nada de lo ocurrido por culpa de nuestros padres..."

En oposición a la rebeldía juvenil, el paternalismo redentor del comisario se verá reforzado a partir del encuentro casual en plena calle con Carlos (Luis Induni), un antiguo camarada de la Legión. Juntos, los veteranos irán en pos del asesino mientras rememoran sus viejos tiempos de teniente y capitán repartiendo algún que otro guantazo con vistas a espabilar a los mozalbetes impertinentes que se interpongan en sus pesquisas.

Por último, la "cabaña" de Mauricio (Joan Capri) representa un antro de juego y de perdición al que van a parar las almas cándidas antes de condenarse definitivamente. Que Alberto irrumpa en ese espacio dispuesto a medir sus puños con el macarra Toni (Julián Mateos) no es más que la prueba final y definitiva que lo redima a ojos de su padre.


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