Director: Luchino Visconti
Italia, 1948, 160 minutos
La terra trema (1948) de Luchino Visconti |
¿Cómo ver las idas y venidas de estos pescadores sicilianos sin sentirse íntimamente conmovido ante el dramatismo de su rigurosa peripecia vital? Más que una película, La terra trema es un retazo de vida, el milagro de la realidad convertida en arte, que no es otra cosa, según decía van Gogh, sino "el hombre agregado a la naturaleza". Y a fe que las fuerzas telúricas rugen en Aci Trezza con similar brío al de aquellos titanes que se supone que se lanzaron las rocas que hoy bordean su litoral abrupto. Eso, al menos, cuenta la leyenda, aunque por aquellas latitudes, confiesa la voz en off del propio Visconti, "el italiano no es la lengua de los pobres".
Título insigne del neorrealismo, La terra trema fue parcialmente financiado por el Partido Comunista y, al parecer, por las joyas familiares y hasta el apartamento que su director (aristócrata, al fin y al cabo) se vio en la obligación de empeñar para poder ir sufragando los gastos de producción. Toda una proeza, tratándose de una época en la que el país, recién salido de la contienda mundial, se hallaba literalmente en ruinas.
Pero el hambre, que agudiza el ingenio, brindó al resto del mundo la mejor generación de cineastas italianos de la historia; y la miseria, el testimonio fascinante de esas mismas gentes anónimas a las que atenazaba: sus bocas desdentadas, sus rostros curtidos por el sol y el salitre así lo atestiguan. Como la explotación del hombre por el hombre, encarnada en la familia de Ntoni y triste consecuencia de una ruindad endémica.
Hay, por último, mucha sabiduría popular en La terra trema; y buena parte de lo que dicen el narrador y el resto de personajes se basa en proverbios y dichos locales: "'Dame tiempo y te atravieso', le dice el gusano a la piedra", "El mal tiempo y el buen tiempo no duran todo el tiempo", "¡La fuerza del joven y el juicio del viejo!"... Desde luego, un milanés sibarita y refinado como Visconti, ajeno, en principio, a la carestía del sur, debió de considerar que sus gentes, portadoras de la verdadera esencia de la civilización itálica, merecían ser liberadas del yugo que las esclavizaba. De ahí que, tras este "Episodio del mar", proyectase otros dos dedicados a los campesinos y a los mineros que, sin embargo, jamás llegarían a rodarse.
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