martes, 1 de enero de 2019

Juana de Arco (1948)

















Título original: Joan of Arc
Director: Victor Fleming
EE.UU., 1948, 100 minutos

Juana de Arco (1948) de Victor Fleming

Comenzamos el año donde lo habíamos dejado, aunque con una superproducción made in Hollywood bastante alejada de la sobriedad que el siempre espiritual Dreyer le supo imprimir al mito de Juana de Arco. Esto es una cosa muy distinta: aquí las coordenadas de trabajo se miden en centenares de extras, la cantidad de nominaciones a los Óscar recibida, anecdotario y rumorología varia y una execrable versión abreviada de cien minutos (frente a las dos horas y media que duraba el metraje original) que aún circula en DVD.

Tiene, eso sí, y a pesar de haber sido un sonado fracaso en taquilla, el atractivo de la fotografía en color y de un vestuario escrupulosamente seleccionado que, al final, le acabarían reportando los dos únicos galardones de los muchos premios de la Academia a los que optaba (entre los que, curiosamente, no figuraba el de "mejor película", hecho que motivó que el productor Walter Wanger rechazase el Óscar honorífico que, ironías del destino, tenían previsto entregarle aquel año).

En 1954, Ingrid Bergman volvería a interpretar a Juana de Arco
a las órdenes de Rossellini

Claro que, para fatalidades, las de los tres miembros del equipo que fallecieron poco después del estreno, entre ellos el propio Victor Fleming, quien perdería la vida, víctima de un infarto, el 6 de enero de 1949. Malos augurios para una película a la que el público dio la espalda por un motivo que hoy puede parecer un tanto insólito. Y es que la biempensante sociedad americana de hace setenta años no vio con buenos ojos que una adúltera como Ingrid Bergman, a la sazón amante del cineasta italiano Roberto Rossellini, se metiese en la piel de una santa...

Lo mismo da: ha pasado el tiempo y nuestra mirada tal vez rechace esta Juana de Arco por otros motivos, como lo altisonante de su fanfarria, lo huero de sus premisas o la apoteosis católica con la que se inviste a la protagonista. Y es una lástima, porque, al parecer, la obra de teatro de Maxwell Anderson en la que se basaba (Joan of Lorraine) era una original fábula escénica en la que un grupo de actores interpretaba un montaje sobre la vida de la mártir francesa. Nada que ver con este convencional biopic de cartón piedra en el que las proclamas políticas contra los invasores ingleses predominan sobre cualquier atisbo de sensibilidad ascética.


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