Director: Julio Diamante
España, 1974, 93 minutos
Sex o no sex (1974) de Julio Diamante |
Que nadie se asuste, no: porque, si bien es cierto que su título podría prestarse a equívoco, la película que vamos a comentar no incurre en los excesos del destape que vendría algunos años más tarde. Aun así, salta enseguida a la vista hasta qué punto habría llegado la represión en materia carnal por estos pagos para que a alguien se le ocurriese escribir semejante comedia.
Y ese alguien no fue otro sino Julio Diamante, el mismo cineasta que, en la década anterior, había filmado excelentes largometrajes como Tiempo de amor (1964) y El arte de vivir (1965). Para ello contó con un reparto excepcional: aparte de Carmen Sevilla (Angélica) y José Sacristán (Paco) como pareja protagonista, destacaba la presencia de Antonio Ferrandis o Lola Gaos en papeles secundarios. La banda sonora, con un tema central cuya letra servía, como en las antiguas aleluyas de ciego, para presentar y comentar lo que le sucede a los personajes, sobre todo a Paco, corrió a cargo de Carmelo Bernaola: "Ésta es una historia terrible. La historia de un hombre de bien, que un día se halló indeciso cual si fuera Hamlet. Dura elección la de entre el sex y el no sex".
El tal Paco es más bien poquita cosa, un hombrecillo gris y cohibido, chupatintas de medio pelo, eternamente enfundado en un gabán negro. Por su aspecto, uno podría pensar lo mismo en los monigotes de Forges (q. e. p. d.) que en Fernando Pessoa, aunque por aquellas fechas (septiembre-octubre de 1974), más que el poeta Pessoa era el PSOE lo que estaba en boga, dada la inminencia del congreso en Suresnes. Pero ésa es otra historia...
Que la que ahora mismo nos ocupa se dirime en el diván de un psicoanalista (José Vivó) que, al final, resultará estar más cerca del Michel Piccoli de Tamaño natural (1974) que no de un verdadero terapeuta. En cualquier caso, lo mismo Paco que Angélica irán progresivamente desmelenándose, ensayando, una tras otra, las fantasías eróticas de un macho carpetovetónico, con escapadita a París incluida, para acabar llegando a la conclusión de que el mundo está erotizado. Motivo por el que la ya mencionada canción que —como sucedía (salvando las distancias) en Encubridora (1952) de Fritz Lang— actúa de hilo narrativo, termina con una moraleja cargada de ironía que parece invitar a la castidad como el más saludable de los remedios: "Este final nos enseña cómo todo hombre de ley puede hallar la paz de espíritu que merece un buen burgués. Buena elección la de olvidarse del sex..."
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