Título alternativo: Ha estallado la paz
Director: Julio Diamante
España, 1962, 95 minutos
Los que no fuimos a la guerra (1962) de Julio Diamante |
Pese a estar basada en una novela de Wenceslao Fernández Flórez que se publicara en 1930 (curiosamente, el mismo año de nacimiento de Julio Diamante), a la censura franquista no le pasó por alto el hecho de que la ópera prima del director gaditano contenía alusiones veladas a la guerra civil española, motivo que propició no sólo cuantiosos cortes, sino incluso un cambio de título —Ha estallado la paz— eufónicamente vinculado con la entonces próxima celebración, por parte del régimen, de los veinticinco años del final de la contienda.
En ese aspecto, conviene no perder de vista que, pese a que la conflagración a la que alude el título es la Primera Guerra Mundial, la inclusión de un prólogo y un epílogo ambientados en el presente daba a entender que el anciano Javier (Agustín González) también se estaba refiriendo a nuestra Guerra Civil cuando, tras confesar que consume "grandes dosis de cine, esa barata morfina de nuestro tiempo", dice aquello de: "Hoy he tenido mala suerte. La película era de guerra y he pasado un mal rato pues me ha hecho recordar viejos y desdichados instantes..." Y a fe que fueron desdichados, teniendo en cuenta que al pobre infeliz le costaron, entre otras fatigas, su relación con la bella Aurora (Laura Valenzuela).
Javier (Agustín González) y Aurora (Laura Valenzuela) |
Película de época dotada de un innegable tono melancólico, Los que no fuimos a la guerra es, al mismo tiempo, una comedia de costumbres en la que se satiriza la bipolarización de la en teoría neutral sociedad española entre germanófilos y francófilos. Otro guiño del comprometido Diamante, a la sazón miembro del Partido Comunista desde 1955 y encarcelado y expulsado, por dicho motivo, del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, a aquellas dos Españas de las que hablase Machado en un célebre poema para advertir a los incautos españolitos que una de las dos habría de helarles el corazón. No en vano, la imaginaria ciudad de provincias en la que transcurre la acción se llama sintomáticamente Iberina...
Surgidos de la pluma de Fernández Flórez o del no menos brillante talento del director y guionista del filme (que por algo se apellida Diamante), los diálogos contienen verdaderas humoradas. Como cuando, recién llegado de Hendaya, el literato Medinilla es recibido por sus contertulios del casino local al grito entusiasta de Liberté!, Egalité!, Fraternité! A lo que el ocurrente diletante responde, siguiendo la rima y dirigiéndose al camarero: "¡Café!" Por no hablar de don Arístides (Pepe Isbert) y don Amalio (Félix Fernández), ridículamente serios en el desempeño de su labor como líderes de las respectivas facciones locales y acérrimos enemigos por mor del conflicto europeo, pese a que con anterioridad compartían azotea y compadrazgo.
Aunque no son los únicos personajes destacables de un reparto coral: el "iluminado" Aguilera (Juanjo Menéndez), inventor de la naranjina, combustible a base de cáscaras de naranja, y perdedor nato como su amigo Javier, es uno de los secundarios más memorables. O ¿qué decir de Pons (Ismael Merlo), consumado maestro en el castizo arte de dar el sablazo? O de Fandiño (Xan das Bolas), propietario del bar donde se instala el primer cinematógrafo de la villa. Todos ellos entrañablemente tronados, dignos representantes de una causa perdida de antemano y a los que, dado el escaso protagonismo del que gozan en la película los integrantes del sector germanófilo (a priori más fácilmente identificable, si se tiene en cuenta el origen geográfico de su ideario, con el bando franquista), cabría considerar trasunto de una generación posterior (la del propio Julio Diamante) que, sin haber participado en la Guerra Civil (y de ahí el título de la cinta, oportunamente rescatado para la ocasión), vio, sin embargo, condicionada su vida por las consecuencias derivadas de la derrota republicana.
"¡Viva Francia!" - Don Amalio (Félix Fernández) despidiendo a Pons |
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