miércoles, 26 de septiembre de 2018

Los amores de Carmen (1948)




Título original: The Loves of Carmen
Director: Charles Vidor
EE.UU., 1948, 99 minutos

Los amores de Carmen (1948) de Charles Vidor


Como pastiche típicamente hollywoodense que es, Los amores de Carmen posee el encanto de las superproducciones de cartón piedra de los años cuarenta. Sobre todo por la deliciosa fotografía en color de William E. Snyder (1901–1984) que le valdría una nominación al Óscar, pero también gracias a las coreografías aflamencadas que concibiera Eduardo Cansino, sevillano de nacimiento y padre de la actriz protagonista.

Una Rita Hayworth que se contonea y sonríe incesantemente y que debutaba en su nueva faceta de productora, al frente de la Beckworth Corporation, encarnando uno de los mitos por antonomasia del imaginario hispánico. Menos racial y más sensual que otras versiones de la cigarrera creada por Mérimée, el mito de Carmen no era, a la sazón, sino un pretexto para volver a reunir a la actriz con Glenn Ford tras el éxito, dos años atrás, de la mítica Gilda (1946), también dirigida, como el filme que nos ocupa, por el austrohúngaro Charles Vidor.



Por aquel entonces, tal y como recoge Barbara Leaming en su indispensable biografía Si aquello fue felicidad..., la intérprete, ya separada de Orson Welles, vivía un apasionado romance con el no menos excéntrico Howard Hughes, al tiempo que otro productor, el neurótico Harry Cohn de la Columbia, instalaba micrófonos ocultos en el camerino de Rita en un episodio más de su obsesiva manía por controlarla.

En cualquier caso, y entre otros muchos tópicos que contiene la cinta, llama la atención la gran cantidad de veces que el personaje central escupe (por descontado, sin arrojar saliva), en un gesto con el que la Hayworth, sobreactuando de forma ostensible, tal vez intenta poner de manifiesto la proverbial pasión gitana. Eso y la particular evolución del navarro don José —de apuesto soldado a temible bandolero— son algunos de los elementos memorables de una película que se cierra con un magistral trávelin de alejamiento, filmado con grúa, que desciende por los mismos escalones sobre los que se hallan los cuerpos yacientes de la pareja, mientras un gato negro cruza la pantalla en el preciso instante en el que aparece sobreimpresionado The End.


No hay comentarios:

Publicar un comentario