sábado, 1 de septiembre de 2018

Así es la aurora (1956)




Título original: Cela s'appelle l'aurore
Director: Luis Buñuel
Francia/Italia, 1956, 98 minutos

Así es la aurora (1956) de Luis Buñuel


Así es la aurora se abre con una secuencia que bien podría recordar a la desazón experimentada por el personaje de Ingrid Bergman en Stromboli (1950): una mujer (Nelly Borgeaud) asciende a pleno sol por las callejas de alguna villa costera de Córcega hasta que, extenuada, se detiene a beber agua en una fuente y se desmaya. Pero, a diferencia de Rossellini, que indagaba en los motivos de insatisfacción de una inadaptada, Buñuel preferirá centrar su interés en el marido (Georges Marchal), un doctor empecinado en socorrer a los obreros del lugar y que, ante la incomprensión de su esposa, quien termina regresando a Niza durante una temporada, no tardará en enamorarse de la más comprensiva Clara (Lucía Bosé).

En Mi último suspiro, don Luis se limitaba a decir al respecto: "No he vuelto a ver Cela s'appelle l'aurore, inspirada en una novela de Emmanuel Robles, pero me gustaba mucho esa película". Apreciación que contrasta vivamente con la escasa trascendencia alcanzada en el conjunto de su filmografía por una cinta a la que, a menudo, se considera poco representativa del estilo del cineasta nacido en Calanda. Sin embargo, el análisis atento de la misma demuestra que no es tan convencional como pueda parecer a simple vista.



Colgada de una de las paredes de la casa del doctor Valerio (Georges Marechal) pende una fotografía en la que se ve el rostro de una escultura de Jesús encuadrado entre cables del tendido eléctrico. La imagen —"un recuerdo de la campaña de Italia", según confiesa el médico— provoca la extrañeza de los lugareños, al tiempo que conecta con el sustrato iconoclasta del viejo surrealista cuya irreverencia en materia religiosa quedó de sobras probada en el desenlace de L'Age d'or (1930).

Más contundente todavía se muestra un par de escenas después, al presentar el despacho del comisario Fasaro (Julien Bertheau): sobre el escritorio del jefe de policía reposa un volumen de las obras teatrales de Paul Claudel (1868-1955), hermano de la escultora Camille y notorio católico, franqueado por unas esposas. El detalle, que no pasó desapercibido a la hija del poeta, motivó que ésta le escribiera una carta a Buñuel insultándolo. Pero es que, al levantarse de la mesa y dirigirse hacia el archivo, el comisario nos sorprende de nuevo: una reproducción del "Cristo de San Juan de la Cruz" de Dalí preside la sala, mudo testigo de la amistad que unió a los artistas en el pasado y guiño con el que el director manifiesta cuán distinta ha sido la posterior trayectoria de ambos. Haciendo que libro y cuadro aparezcan en el espacio de trabajo de la máxima autoridad represora, Buñuel establece una malévola asociación de ideas mediante la que pone de manifiesto su repulsa hacia el poder y quienes comulgan con el orden establecido.


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