Director: Bigas Luna
España, 1978, 93 minutos
Bilbao (1978) de Bigas Luna |
Me gusta cómo se mueve, estoy ansioso por tenerla, sólo para mí. Dentro del coche es como de goma, me recuerda a mis cosas. Pero ella es diferente: no tiene nada que ver con lo demás...
El Bigas Luna de los inicios de su carrera fue uno de aquellos cineastas underground capaces de crear, en plena efervescencia de los años de la Transición, fascinantes atmósferas de turbadora belleza a partir de la sordidez más absoluta de la Barcelona profunda. Junto al J. A. Salgot de Mater amatísima (1980), el Ventura Pons de Ocaña, retrat intermitent (1978) y algunos otros, entre los que podrían citarse Jordi Cadena o Jesús Garay, el director catalán ensayaba una particular voz transgresora fruto de su pasión por los fetiches, el sexo y la comida, constantes todas ellas, de hecho, de buena parte de su filmografía.
Partiendo de dichos presupuestos, Bilbao (1978) narra en primera persona una historia de obsesión y erotismo latente desde el punto de vista del asocial Leo (Àngel Jové), un tipo taciturno cuya meticulosidad a la hora de observar a la joven prostituta que da nombre a la película (interpretada por la uruguaya Isabel Pisano) llegará a desembocar en un macabro ritual de amor y de muerte.
No obstante y, si bien se mira, más inquietante que el personaje de Leo es el de María (María Martín), habida cuenta de la doble moral de la que hace gala: afable y familiar de puertas hacia afuera, pero sádicamente perversa en la intimidad que comparte con Leo. Realmente, la naturaleza de su relación resulta del todo ambigua al no acabar de concretarse si existe algún grado de parentesco entre ellos.
En cualquier caso, lo que sí que es cierto, tal y como llegará a admitir Leo poco antes del desenlace, es que María es más fuerte que él, por lo que, aturdido y exasperado tras la muerte accidental del objeto de sus deseos, no le quedará más remedio que recurrir a ella para deshacerse del cuerpo. De lo que, a su vez, parece deducirse que el tío del protagonista, propietario de un matadero de cerdos, también se presta a colaborar, con lo que la aparente normalidad del clan familiar frente al carácter retraído de Leo —en principio, el único raro de la familia— queda definitivamente en entredicho.
Es uno de los títulos más cautivadores de la irregular pero siempre interesante filmografía de su director.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ciertamente. Sobre todo porque sabe enlazar la tradición buñueliana con títulos posteriores de su propio universo particular. Por ejemplo: la escena en que el protagonista rocía con leche a Bilbao me hace pensar en "La teta y la luna".
EliminarSaludos y gracias por comentar.