Título original: Ma vie de Courgette
Director: Claude Barras
Suiza/Francia, 2016, 66 minutos
Mi vida de Calabacín (2016) |
Candidata al Óscar a la mejor película de animación y al Globo de Oro y en Cannes y en los premios César y en medio mundo... Cinco estrellas según la cartelera de varios diarios, obra maestra para algunos críticos... Pero no es hasta que uno se sienta frente a la pantalla que empieza a comprender por qué: la autora del guion es Céline Sciamma, la misma que ya demostrara tener una sensibilidad especial para contar historias vinculadas con la infancia y la adolescencia al dirigir filmes como Tomboy (2011) o Girlhood (2014) o bien, recientemente, colaborando junto a André Téchiné en la escritura de Quand on a 17 ans.
En el caso de Ma vie de Courgette, Sciamma adapta una novela de Gilles Paris, lo cual no impide que haga suya la esencia de un asunto bastante cercano al universo de sus propias películas. Porque en Les Fontaines, la casa de acogida a la que van a parar tanto el protagonista de nueve años como el resto de sus compañeros, todos los niños arrastran tras sí un historial a cuál más complicado. Y, sin embargo, serán capaces de entablar lazos entre ellos que solamente la camaradería dentro de la adversidad puede explicar.
Dentro del pequeño microcosmos que se establece dentro de aquella casa, a cada interno le corresponde un rol diferente: el pelirrojo Simon aspira a ser el macho alfa dominante, si bien no siempre logra salirse con la suya, especialmente a partir de la llegada de Camille, una chica que lee a Kafka y que enseguida conectará con Icare, nuestro Calabacín. Unos más y otros menos, pero todos han quedado marcados de algún modo. Como la pequeña que golpea nerviosamente el tenedor contra su plato o aquella pobre niña que cada vez que siente llegar un coche sale corriendo a recibirlo pensando que será su madre que viene por fin a buscarla. Hasta que un policía bonachón se apiade de la pareja protagonista para darles una segunda oportunidad.
No obstante, la casualidad (o no) ha querido que la cinta francosuiza coincida en las salas con otra película de animación, española en este caso, sobre criaturas con una infancia complicada y que lleva por título Psiconautas, los niños olvidados (2015), codirigida por Alberto Vázquez y Pedro Rivero. Visualmente, ambas comparten un similar espíritu naíf. Claude Barras ha dicho al respecto: "El dibujante Hergé argumentaba que cuanto más se reduce y simplifica el estilo gráfico de una cara es más fácil para la audiencia proyectar sus propias emociones e identificarse con el personaje. Comparto esa convicción y la practico animando muñecos sin la ambición de reproducir la realidad, dando al espectador una realidad nueva. Lo más importante para entrar en el universo de esta película son los ojos de los personajes: sus grandes ojos muy abiertos para ver el mundo contribuyen a crear emoción y empatía".
Dentro del pequeño microcosmos que se establece dentro de aquella casa, a cada interno le corresponde un rol diferente: el pelirrojo Simon aspira a ser el macho alfa dominante, si bien no siempre logra salirse con la suya, especialmente a partir de la llegada de Camille, una chica que lee a Kafka y que enseguida conectará con Icare, nuestro Calabacín. Unos más y otros menos, pero todos han quedado marcados de algún modo. Como la pequeña que golpea nerviosamente el tenedor contra su plato o aquella pobre niña que cada vez que siente llegar un coche sale corriendo a recibirlo pensando que será su madre que viene por fin a buscarla. Hasta que un policía bonachón se apiade de la pareja protagonista para darles una segunda oportunidad.
No obstante, la casualidad (o no) ha querido que la cinta francosuiza coincida en las salas con otra película de animación, española en este caso, sobre criaturas con una infancia complicada y que lleva por título Psiconautas, los niños olvidados (2015), codirigida por Alberto Vázquez y Pedro Rivero. Visualmente, ambas comparten un similar espíritu naíf. Claude Barras ha dicho al respecto: "El dibujante Hergé argumentaba que cuanto más se reduce y simplifica el estilo gráfico de una cara es más fácil para la audiencia proyectar sus propias emociones e identificarse con el personaje. Comparto esa convicción y la practico animando muñecos sin la ambición de reproducir la realidad, dando al espectador una realidad nueva. Lo más importante para entrar en el universo de esta película son los ojos de los personajes: sus grandes ojos muy abiertos para ver el mundo contribuyen a crear emoción y empatía".
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