Título original: Hell or High Water
Director: David Mackenzie
EE.UU., 2016, 102 minutos
Comanchería (2016) de David Mackenzie |
Al irrumpir en la oscuridad de la Sala 2 de los Cines Méliès, un señor alto nos cede amablemente el paso: la sesión está a punto de comenzar y tomamos asiento en la fila quinta, butaca cuatro (que uno es animal de costumbres). Llevábamos tiempo detrás de esta película y, una vez vista, sólo hay palabras de elogio para definirla. Porque, a pesar de lo rudo de su planteamiento, el escocés David Mackenzie ha sabido dirigir con mano firme una clásica historia de atracos y persecuciones ambientada en lo más profundo del actual Oeste americano. A lo que cabría añadir las canciones que Nick Cave y Warren Ellis han compuesto para la banda sonora y cuyas letras ejercen una función similar a la del coro en la tragedia griega.
Wéstern crepuscular, drama intenso, crónica de la América profunda... Bla, bla, bla... La recurrente lista de topicazos se revela en esta ocasión más ineficaz que nunca. Porque, al margen de que en Hell or High Water se lleve a cabo una puesta al día de los elementos más tradicionales del género, lo que en realidad llama la atención del filme es esa idea de que los bancos nos roban (y que, por tanto, es justo asaltarlos) planeando continuamente a lo largo de sus más de cien minutos de metraje. Lo cual es, sin duda, consecuencia de la pertinaz crisis económica, que, a buen seguro, habrá hecho estragos de un modo especial entre los habitantes de los pueblos y pequeñas ciudades de Tejas, Nuevo Méjico y Arizona en los que transcurre la acción.
"¿Qué es lo que NO van a tomar?", pregunta malhumorada desde la pantalla la anciana camarera de un garito de mala muerte. Y a nuestro vecino de asiento se le escapa la risa, que por mucho tiroteo que contenga Comanchería hay lugar en ella para la pincelada de humor.
En otro orden de cosas, viendo evolucionar a los Howard, la temible pareja de hermanos protagonista (interpretada por Ben Foster y Chris Pine), nos ha venido a la memoria un dúo similar: el que en 2007 interpretaron Ethan Hawke y el malogrado Philip Seymour Hoffman en Antes que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil Knows You're Dead), canto de cisne del siempre magnífico Sidney Lumet. De hecho, ambos títulos comparten, amén de dos hermanos metidos a salteadores ocasionales, una similar crudeza en el lenguaje y en el tratamiento de la violencia.
Y, puestos a buscar analogías con otros filmes, los curtidos personajes de Comanchería (con el Ranger Marcus Hamilton, encarnado por Jeff Bridges, a la cabeza) nos han hecho pensar también, aunque esto hay que admitir que es ya muy tomado por los pelos, en el tipo duro que compuso Matthew McConaughey en Mud (2012), aunque aquello era un islote en Arkansas y no las polvorientas llanuras del Oeste.
Sea como fuere, un policía casi jubilado en su última misión gastándole bromas racistas al compañero medio indio; dos hermanos antagónicos (el uno expresidiario y temerario, el otro introvertido y divorciado, ambos asiduos de los casinos) ideando una oleada de atracos para salvar las tierras de sus padres (y los pozos petrolíferos que contienen) de la especulación inmobiliaria son una propuesta lo suficientemente atractiva como para que el espigado morador de la localidad contigua a la nuestra salga entusiasmado. Sólo al abandonar el recinto, con la claridad del vestíbulo, a la luz de las farolas en la calle Villarroel, logramos reconocer su identidad: es Josep Maria Pou, decano de los actores catalanes y Premio Gaudí de Honor, toda una institución que, como el Ranger Hamilton, anunciaba recientemente que "está de retirada".
Wéstern crepuscular, drama intenso, crónica de la América profunda... Bla, bla, bla... La recurrente lista de topicazos se revela en esta ocasión más ineficaz que nunca. Porque, al margen de que en Hell or High Water se lleve a cabo una puesta al día de los elementos más tradicionales del género, lo que en realidad llama la atención del filme es esa idea de que los bancos nos roban (y que, por tanto, es justo asaltarlos) planeando continuamente a lo largo de sus más de cien minutos de metraje. Lo cual es, sin duda, consecuencia de la pertinaz crisis económica, que, a buen seguro, habrá hecho estragos de un modo especial entre los habitantes de los pueblos y pequeñas ciudades de Tejas, Nuevo Méjico y Arizona en los que transcurre la acción.
"¿Qué es lo que NO van a tomar?", pregunta malhumorada desde la pantalla la anciana camarera de un garito de mala muerte. Y a nuestro vecino de asiento se le escapa la risa, que por mucho tiroteo que contenga Comanchería hay lugar en ella para la pincelada de humor.
En otro orden de cosas, viendo evolucionar a los Howard, la temible pareja de hermanos protagonista (interpretada por Ben Foster y Chris Pine), nos ha venido a la memoria un dúo similar: el que en 2007 interpretaron Ethan Hawke y el malogrado Philip Seymour Hoffman en Antes que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil Knows You're Dead), canto de cisne del siempre magnífico Sidney Lumet. De hecho, ambos títulos comparten, amén de dos hermanos metidos a salteadores ocasionales, una similar crudeza en el lenguaje y en el tratamiento de la violencia.
Y, puestos a buscar analogías con otros filmes, los curtidos personajes de Comanchería (con el Ranger Marcus Hamilton, encarnado por Jeff Bridges, a la cabeza) nos han hecho pensar también, aunque esto hay que admitir que es ya muy tomado por los pelos, en el tipo duro que compuso Matthew McConaughey en Mud (2012), aunque aquello era un islote en Arkansas y no las polvorientas llanuras del Oeste.
Sea como fuere, un policía casi jubilado en su última misión gastándole bromas racistas al compañero medio indio; dos hermanos antagónicos (el uno expresidiario y temerario, el otro introvertido y divorciado, ambos asiduos de los casinos) ideando una oleada de atracos para salvar las tierras de sus padres (y los pozos petrolíferos que contienen) de la especulación inmobiliaria son una propuesta lo suficientemente atractiva como para que el espigado morador de la localidad contigua a la nuestra salga entusiasmado. Sólo al abandonar el recinto, con la claridad del vestíbulo, a la luz de las farolas en la calle Villarroel, logramos reconocer su identidad: es Josep Maria Pou, decano de los actores catalanes y Premio Gaudí de Honor, toda una institución que, como el Ranger Hamilton, anunciaba recientemente que "está de retirada".
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