viernes, 3 de marzo de 2017

Invasión (1969)













Director: Hugo Santiago
Argentina, 1969, 123 minutos



Manuel Flores va a morir,
eso es moneda corriente;
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.

Y sin embargo me duele
decirle adiós a la vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida.

Miro en el alba mis manos,
miro en las manos las venas;
con extrañeza las miro
como si fueran ajenas.

Vendrán los cuatro balazos
y con los cuatro el olvido;
lo dijo el sabio Merlín:
morir es haber nacido.

¡Cuánto cosa en su camino
estos ojos habrán visto!
Quién sabe lo que verán
después que me juzgue Cristo.

Manuel Flores va a morir,
eso es moneda corriente:
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.

Un ejemplar de El hacedor reposa levemente inclinado en el anaquel de una estantería. Lo cual no es casualidad en modo alguno, ya que la película que contiene dicho plano fue escrita por Borges a partir de una historia suya y de Adolfo Bioy Casares. A pesar de su estilo críptico, resultaría más o menos evidente reconocer en Invasión, ópera prima de Hugo Santiago, el contexto político del peronismo, de la misma manera que la ciudad imaginaria de Aquilea no es más que un Buenos Aires de pesadilla.

Graciela Muchnik, cuñada del realizador, ha dedicado su breve presentación en la Filmoteca de Catalunya a perfilar los inicios de un cineasta residente en Francia desde que fuera becado por el Fondo Nacional de las Artes. Así pues, llegado a París con una carta de recomendación de Ramón Gómez de la Serna para Jean Cocteau, Santiago comenzaría su carrera a las órdenes de Robert Bresson como ayudante de dirección.

En su caligrafía, elegantemente fotografiada en blanco y negro por Ricardo Aronovich, puede reconocerse la impronta del Godard de Alphaville (1965), aunque también son muchas las concomitancias con Fata/Morgana (1966) de Vicente Aranda. De hecho, con esta última comparte, además de situar la acción en una megalópolis desierta donde algo inquietante se está gestando, el hecho de filmar en el interior de un enorme estadio de fútbol vacío: tal vez la mejor metáfora del carácter alienante de la cultura de masas. En ese sentido, Lautaro Murúa (Herrera) parece tomar el angustiante relevo del profesor que interpretaba Antonio Ferrandis en el Camp Nou.

Como también es sumamente interesante ver plasmadas en imágenes algunas de las constantes del universo literario borgiano, de entre las que destaca su obsesiva atracción hacia la figura del gaucho. Dos son los momentos en los que ésta se hace patente: por un lado, la interpretación de la milonga que precede a estas líneas y cuyos versos adquieren un marcado carácter profético ("morir es haber nacido"); por otro, el momento en el que Cachorro (Ricardo Ormellos) visita una sala de cine en la que están proyectando el western Along the Rio Grande (1941) de Edward Killy, con lo que se abriría una interesante comparación entre cowboys y gauchos o entre el Oeste y la Pampa.

Tal vez el anciano don Porfirio (Juan Carlos Paz) y sus hombres no logren detener la invasión que amenaza a la ciudad de Aquilea, de la misma manera que, en la vida real, la dictadura militar argentina se incautó de las ocho bobinas del negativo original de la película. Por fortuna, veinte años después se conseguiría restaurar el filme, convirtiendo en baldía la obstinación de las fuerzas reaccionarias por borrarlo del mapa. Aquí os presentamos el resultado.


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