viernes, 28 de diciembre de 2018

La novia de Glomdal (1926)




Título original: Glomdalsbruden
Director: Carl Theodor Dreyer
Noruega/Suecia, 1926, 75 minutos

La novia de Glomdal (1926) de Dreyer


A punto de acabarse el año en el que hemos conmemorado el cincuenta aniversario de la desaparición de Carl Theodor Dreyer, todavía nos queda tiempo para seguir descubriendo algunos de sus filmes menos conocidos. Como este drama rural con moraleja que el cineasta danés dirigió en la vecina Noruega. Con todo, una de las ventajas de revisar su filmografía en un lapso de tiempo relativamente breve reside en el hecho de que enseguida saltan a la vista similitudes y parecidos razonables entre los diferentes títulos que la conforman.

En el caso concreto de La novia de Glomdal (1926), libre adaptación de una novela de Jacob Breda Bull (1853–1930), llama poderosamente la atención que la base del argumento (los, en teoría, amores imposibles entre una pareja de jóvenes granjeros) recuerda poderosamente a una de las tramas secundarias de Ordet (1955), donde el benjamín de la familia Borgen también era rechazado por el padre de su prometida.



Aunque no menos llamativo es el enfoque "feminista" avant la lettre que Dreyer confiere a la historia, haciendo que la aguerrida Berit (Tove Tellback) se atreva a rebelarse contra la autoridad paterna al elegir al hombre que ama y no al candidato escogido por su padre "como quien negocia la compraventa de ganado". En dicho sentido, Glomdalsbruden conecta plenamente con el filme anterior de Dreyer (El amo de la casa), donde el derecho de la mujer a tomar sus propias decisiones frente a la tiranía machista en el seno del hogar era igualmente reivindicado.

Por lo demás, se hace difícil analizar esta película y no acordarse de la pareja protagonista de Amanecer (Sunrise, 1927). Lo cual vendría a poner de manifiesto una interesantísima afinidad de sensibilidades entre Dreyer y Murnau, directores procedentes, en ambos casos, de una tradición germánica que veía la pureza del medio campestre seriamente amenazada por el progreso urbanita o, como en este caso, por la voluntad todopoderosa de un rico terrateniente. De ahí que, en la secuencia final, el párroco se sienta en la obligación de amonestar a sus fieles con una doble enseñanza: "¡Hijos míos, [a Tore y a Berit], acabáis de ver que Dios jamás abandona a los que ama!" "Y tú, Ola Glomgaarden, has aprendido que el amor es un acto de Dios y que, por tanto, el Hombre no debería inmiscuirse en ello". Verbum Domini, amen!


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