sábado, 22 de diciembre de 2018

Agujetas en el alma (1998)




Director: Fernando Merinero
España/Francia/Italia, 1998, 93 minutos

Agujetas en el alma (1998) de Fernando Merinero


Tal vez porque Fernando Merinero es un espíritu inquieto y un tanto anárquico, lo cierto es que Agujetas en el alma —el que fuera su segundo largometraje tras Los hijos del viento (1995)— se contagia desde el minuto uno de ese carácter aparentemente improvisado que define el estilo cinematográfico de su director. Verdadero ejercicio de work in progress en el que se mezclan ficción y realidad, la película nace ante nuestros propios ojos conforme Aitor (Martxelo Rubio) realiza el casting para su próximo proyecto. En ese sentido, son muchos los personajes cuyo nombre coincide con el del actor o actriz que los interpreta: Bruno (Buzzi), Nathalie (Seseña), Mapi (Galán), Carmen (Elías), Myriam (Mézières)...

Precisamente, es cuando aparece la actriz francesa, en el tramo final, que el filme, hasta ese instante un mero divertimento, gana muchos enteros en intensidad dramática. Profundidad que nace de sus confesiones con un cineasta que ha apostado por ella aun a riesgo de enemistarse con su productor (Joan Potau) y que es el verdadero punto fuerte de Agujetas en el alma.



Lo que peor ha resistido el paso del tiempo, en cambio, es toda esa galería de freaks que desfila ante la cámara de Aitor con el vago propósito de participar en su película: aspirantes a intérprete cuyo afán por alcanzar algún día el estrellato les lleva a prestarse a los más insólitos ejercicios de improvisación, cuando no a suplicar directamente un papel cueste lo que cueste.

Por todo ello, se comprenderá la adhesión que semejante engendro despertó entre ciertos sectores de la crítica ya en el mismo momento de su estreno. Mirito Torreiro, por ejemplo, se expresaba, desde las páginas de El País, el jueves 20 de agosto de 1998, en los términos siguientes: "Cuando uno se pone frente a una película tan deslavazada pero al tiempo tan ferozmente personal como es Agujetas, hecha como se hacían aquellas películas cinéfilas de otrora, sin el menor cálculo comercial, con las tripas, el primer sentimiento que se despierta es la simpatía: Fernando Merinero parece ser un sobreviviente de esa extraña raza de los cinéfilos de antaño, que hacían películas sobre lo que vivían, es decir, el cine y sus circunstancias, y lo hacían, uno sospechaba, porque de lo contrario sólo les quedaba el suicidio."

Fernando Merinero

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