Título original: Yôkihi
Director: Kenji Mizoguchi
Japón/Hong Kong, 1955, 98 minutos
La emperatriz Yang Kwei Fei (1955) de Mizoguchi |
El refinamiento formal del estilo sólo elimina en apariencia la parte realista del filme, porque tras esas muselinas brillantes, esos trajes tornasolados, esos decorados suntuosos y esas gracias infinitas, la película trata la imposibilidad de vivir el amor ideal frente a todos los poderes y, al final, el emperador, despojado de su carga política y de su cuerpo, encuentra en la muerte a aquella que ama. Así pues, sólo los espíritus, los fantasmas, pueden acceder a la felicidad absoluta.
Noël Simsolo
Cahiers du cinéma
Traducción de Antonio Francisco Rodríguez
A la ya de por sí bella factura de los filmes de Mizoguchi venía a sumarse el color en el tramo final de su carrera. Y lo hacía con esta delicada estampa ambientada en la corte china del siglo VIII, una trágica historia de amor imposible, rodada íntegramente en estudio, que la compañía Daiei coprodujo con los Shaw Brothers de Hong Kong.
En un principio, la fábula de la plebeya que asciende desde la cocina del palacio hasta las estancias del soberano tiene, como es lógico, algo del Pigmalión (1913) de Bernard Shaw, pero también de Rebecca (1940), toda vez que la grácil Kwei Fei se ve obligada a ocupar el vacío que la repentina muerte de su predecesora dejó en el corazón de Xuan Zong.
Fiel, sin embargo, al dramatismo de su estilo, Mizoguchi se lleva la puesta en escena al terreno que mejor conoce: el de la mujer sacrificada en aras de mantener un determinado statu quo. Lo cual no puede ser sino fuente de congoja inconsolable para el compungido emperador, que asiste impotente a la rebelión de la plebe contra su persona, instigada por el despechado General An Lushan con el propósito de poner fin al arribismo de la familia Yang.
De esta manera, la musicalidad de las cuerdas tañidas al atardecer al pie de los ciruelos en flor, el sutil colorido de acuarela que todo lo inunda y la sofisticación de las vestiduras de seda dejan paso a las memorias tristes de un anciano que evoca, durante un largo flashback que ocupa la práctica totalidad de la película, al que fuera el gran amor de su vida.
El uso del fuera de campo es modélico. Tanto en la escena de la ejecución de la concubina como en el final, sugiriendo en reencuentro de los amantes en el Más Allá.
ResponderEliminarSaludos.
Ciertamente y ello no sólo en esta película: Mizoguchi, en las antípodas del cine efectista que se practica hoy en día y tal vez llevado por un pudor vagamente zen, opta a menudo por no mostrar la muerte de sus heroínas.
EliminarGracias por comentar y hasta pronto.