jueves, 13 de diciembre de 2018

La gran mentira (1956)




Director: Rafael Gil
España, 1956, 97 minutos

La gran mentira (1956) de Rafael Gil


Éstos son unos estudios cinematográficos, y éste es el plató. La gran fábrica moderna de los sueños. Entre estas paredes frías y desnudas, en esos hierros oxidados, en esos proyectores que ahora descansan en silencio, se encierra todo el mundo fabuloso del cine. Miles de gentes darían casi su vida por triunfar a la sombra de estos muros. Millones de personas, cautivadas por la magia del séptimo arte, piden ansiosamente la historia de amor o de aventuras que les permita soñar al fin de cada jornada. Trabajos, sinsabores, necesidades, todo se olvida frente a esa alucinación de la pantalla. Este mundo no lo conoce casi nadie, aunque todos se lo imaginan deslumbrador, frívolo y dichoso, cuando en realidad es implacable, arriesgado y cruel, a pesar de su aparente gloria.

Haciendo acto de contrición respecto a la amarga realidad que a menudo se esconde tras la rutilante apariencia de las estrellas de cine, Rafael Gil tituló esta película La gran mentira con una doble intencionalidad: por una parte, en referencia al engaño del que se sirve el galán César Neira (Paco Rabal) para relanzar su carrera a costa de una infeliz maestra de escuela en silla de ruedas (Madeleine Fischer); por otra, tal y como deja patente el prólogo que arriba reproducimos, para desmitificar el glamur de una industria en la que, según dice el personaje de Jacqueline Pierreux en un momento determinado: "Lo que importa es llegar: el cómo y el porqué no interesan..."

En ese sentido, el director español retomaba el mismo punto de vista crítico que ya exploraran dos célebres filmes americanos en los inicios de aquella misma década: Eva al desnudo (All About Eve, 1950) de Joseph L. Mankiewicz y Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, 1952) de Vincente Minnelli. Agrio retrato, en ambos casos, de los entresijos de Broadway y de Hollywood, respectivamente, y que en el caso de La gran mentira, arrancaba en los destartalados Estudios Sevilla Films (se conoce que la realidad española era, por aquel entonces, mucho más mísera que la norteamericana).



En ese juego entre ficción y realidad un tanto cervantino, en el que asistimos al rodaje de una película (La hora suprema) cuyo argumento coincide plenamente con el de la que estamos viendo (La gran mentira), no faltan toques humorísticos de autoparodia, como la reunión de trabajo en la que el ególatra productor Sándalo (Juan Calvo) le espeta airado a uno de sus guionistas: "¿Qué cree, que esto es una película de Escrivá, dirigida por Rafael Gil?" En realidad, no son pocas las personalidades que aparecen fugazmente en la escena inicial haciendo de sí mismas: Fernando Fernán Gómez, Jorge Mistral, José Luis Sáenz de Heredia, los futbolistas Samitier, Ramallets y Biosca... Todos ellos presentados por el locuaz Bobby Deglané, mito hispanochileno de los micrófonos que ya había participado, un año antes, en Historias de la radio (1955).

Sin llegar a alcanzar la dimensión ontológica de sus modelos hollywoodenses, la cinta de Rafael Gil merece, sin embargo, ser tenida en cuenta por lo que posee de caricatura del star system patrio de aquel período. Parodia que, ya en su tramo final, da paso al más puro melodrama mediante el recurso fácil de un accidente automovilístico que hará recapacitar al protagonista, llevándolo de nuevo, desde el regazo de la femme fatale Sara Millán (Pierreux) al remanso beatífico de la impedida Teresa Campos (Fischer).


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