domingo, 30 de diciembre de 2018

Un largo adiós (1973)




Título original: The Long Goodbye
Director: Robert Altman
EE.UU., 1973, 110 minutos

Un largo adiós (1973)
de Robert Altman

La primera vez que puse mis ojos en Terry Lennox, éste estaba borracho, en un Rolls Royce Silver Wraith, frente a la terraza de The Dancers
El encargado de la playa de estacionamiento había sacado el auto y seguía manteniendo la puerta abierta, porque el pie izquierdo de Terry Lennox colgaba afuera como si se hubiera olvidado que lo tenía. El rostro de Terry Lennox era juvenil, pero su cabello, blanco como la nieve. Por sus ojos se podía ver que le habían hecho cirugía estética hasta la raíz de los cabellos, pero, por lo demás, se parecía a cualquier joven simpático en traje de etiqueta, que ha gastado demasiado dinero en uno de esos establecimientos que sólo existen con ese fin y para ningún otro. 
Junto a él había una muchacha. El tono rojo profundo de su cabello era encantador; asomaba a sus labios una lejana sonrisa y sobre los hombros llevaba un visón azul que casi lograba que el Rolls Royce pareciera un auto cualquiera. Pero no lo conseguía enteramente: nada hay que pueda lograrlo.

Raymond Chandler
El largo adiós
Traducción de José Antonio Lara

Me pregunto si el universo de intriga detectivesca creado por el novelista Raymond Chandler en torno al célebre investigador privado Philip Marlowe era el más apropiado para un cineasta, como Robert Altman, famoso por sus filmes corales donde hacía que los actores improvisaran buena parte de los diálogos. Probablemente no, aunque también es cierto que esta adaptación de The Long Goodbye se inscribe en un revival de dicho género que tuvo lugar durante la década de los setenta (Chinatown, de Polanski, sería, tal vez, el título más recordado de aquel período).

Y no es que Elliott Gould no esté convincente en su papel de hombre duro y fumador empedernido (que no lo está), sino que, más bien, el filme adolece de los típicos desaciertos de un determinado cine independiente que se suponía que era el summum de la modernidad. Así pues, aparte de lo ya dicho o de rodar las escenas del matrimonio Wade en su propio domicilio (a lo Cassavetes), Altman optó por incluir un innecesario grupo de vecinitas en toples, practicando yoga y otras contorsiones por el estilo: entonces debía parecer un acto de liberación, nadie lo discute, pero hoy queda casposo, la verdad...

Arnold Schwarzenegger (segundo por la izquierda)
mostrándole al mundo sus facultades "interpretativas"

Más aún, el hecho de convertir el tema "The Long Goodbye" (compuesto por John Williams y Johnny Mercer) en leitmotiv recurrente que va sonando, en infinitas versiones (incluida una marcha fúnebre mejicana), a lo largo de la película hace que la canción refuerce la idea de que no estamos viendo una cinta policíaca, sino, en su lugar, una parodia no demasiado afortunada (pese a que la secuencia con el gato, que se niega a cenar otra marca que no sea la de su comida favorita, tiene su gracia, todo hay que decirlo).

Ni siquiera el recurso del guardia de seguridad especialista en imitar a actores del Hollywood clásico es original: Billy Wilder ya se había servido de él en Stalag 17 (1953), que aquí se tituló Traidor en el infierno, donde uno de los oficiales recluidos parodiaba con mayor acierto los tics de Cary Grant y demás estrellas del momento. Lo cual, unido a las notas de "Hooray for Hollywood" que se escuchan tanto al principio como al final de la peli, nos lleva a pensar que Altman insiste en que aquella época se acabó para siempre y que el "largo adiós" del título tiene, por tanto, connotaciones abiertamente irónicas.

Wade (Sterling Hayden) y Marlowe (Elliott Gould)

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