Título original: Höstsonaten
Director: Ingmar Bergman
Alemania/Francia/Suecia, 1978, 99 minutos
Antes de despedirse definitivamente de las pantallas el mismo año de su fallecimiento (1982) interpretando a Golda Meir para la televisión, Ingrid Bergman había dicho adiós al cine de la mano del otro Bergman (Ingmar) con Sonata de otoño. El film se rodó en Noruega a través de una productora alemana, ya que su director se encontraba por aquel entonces en plena batalla legal con las autoridades suecas por una supuesta acusación de evasión de impuestos que le conduciría, en la práctica, al autoexilio.
Los paralelismos entre el personaje interpretado por la Bergman en esta película y ella misma son innegables, sobre todo si se tiene en cuenta que la actriz abandonó a su propia familia en la década de los cincuenta para lanzarse en brazos del cineasta italiano Roberto Rossellini. Por otra parte, en Intermezzo (tanto en la versión sueca como en su posterior remake americano) la actriz también interpretaba a una pianista.
En el caso de Sonata de otoño, el argumento es el siguiente. Después de haber desatendido a sus hijas durante largos años, la pianista de fama mundial Charlotte Andergast (Ingrid Bergman) va a visitar a su hija Eva (Liv Ullmann) a la casa que esta última comparte con su marido Viktor. Para su sorpresa, Charlotte se encuentra que está allí también su otra hija, Helena. Helena padece una discapacidad mental, y Eva se la ha llevado fuera de la institución en la que su madre la había ingresado para que cuidasen de ella. La tensión entre madre e hija irá, pues, acumulándose lentamente, hasta que en el transcurso de una conversación nocturna ambas liberen todas las cosas que siempre habían querido decirse a la cara.
Como sucede en la práctica totalidad de la filmografía del director sueco, deudora en buena medida de su formación teatral, esta es una película en la que la palabra posee un protagonismo absoluto. Y no solo por el arrebatador tour de force que enfrenta a las dos geniales actrices sino también porque es al hilo de sus reproches que iremos paulatinamente descubriendo los motivos del retraimiento de Eva y qué se esconde en realidad tras la firmeza de carácter de su madre.
En cuanto a la puesta en escena ideada por Ingmar Bergman, lo más destacable es el indiscutible talento que pone de manifiesto para plasmar pictóricamente determinadas secuencias que ilustran el diálogo de los personajes. Se trata de fogonazos, por lo general estáticos, y en los que predomina una amplia paleta de ocres, la tonalidad que con mayor frecuencia identificamos con el otoño.
En cuanto a la puesta en escena ideada por Ingmar Bergman, lo más destacable es el indiscutible talento que pone de manifiesto para plasmar pictóricamente determinadas secuencias que ilustran el diálogo de los personajes. Se trata de fogonazos, por lo general estáticos, y en los que predomina una amplia paleta de ocres, la tonalidad que con mayor frecuencia identificamos con el otoño.
Eva (Liv Ullmann) observa a su madre (Ingrid Bergman) interpretando el Preludio nº 2 de Chopin |
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