Director: Rafael Gil
España, 1943, 76 minutos
Huella de luz (1943) de Rafael Gil |
"Nadie ama más el dinero que un demócrata, porque ama el suyo y el ajeno". Esta perla se menciona, como quien no quiere la cosa, en Huella de luz, la adaptación que hiciera Rafael Gil de la obra homónima de Wenceslao Fernández Flórez y que se estrenó en 1943. Como ya veíamos hace una semana al comentar La guerra de Dios (filme igualmente de Gil, aunque dirigido diez años después), era habitual que la ideología del régimen entonces imperante en España se colase entre las líneas del guion en forma de afirmaciones tan profundamente reaccionarias como la anterior. De hecho, Mike y Moke, los peculiares embajadores de la imaginaria República Democrática de Turolandia, son dos personajes tan estrafalarios como fáciles de sobornar, lo cual pretende demostrar a ojos del espectador hasta qué punto las democracias parlamentarias occidentales son corruptas y su forma de gobierno en absoluto deseable.
Pero, al margen de detalles como este, la historia romántica que se narra en Huella de luz tiene por protagonistas a Isabel de Pomés (Lelly) y a Antonio Casal (Octavio), una pareja de actores que repetiría al año siguiente en La torre de los siete jorobados de Edgar Neville. Octavio Saldaña, oficinista pobre y patoso que vive con su madre (Camino Garrigó), es recompensado por su jefe, el empresario Sánchez-Bey (el mismo que pronuncia la frasecita con la que arranca esta entrada), con una estancia en el balneario Montoso. Allí conocerá a Lelly Medina, pero como ella es la hija de un industrial del sector textil, Octavio se sentirá obligado a fingir que es un rico millonario, avergonzado de su condición social humilde.
Comedia de enredo y equívocos, Huella de luz refleja a la perfección las angustias de tantos Octavios en la España autárquica que soñaban con ascender en la escala social por la vía rápida. Resulta, en ese sentido, significativa la figura de Sánchez-Bey (interpretado por Juan Espantaleón): el empresario duro por fuera y tierno por dentro, hombre hecho a sí mismo, que acoge paternalmente a Octavio y que es el inductor de que este último y Lelly puedan disfrutar de la felicidad que a él se le negó en su juventud. A fin de cuentas, la dicha de los veinte años es algo efímero y la joven pareja se da perfectamente cuenta de ello al contemplar la fugaz huella de luz que dejan los fuegos artificiales en el cielo.
Programa de mano de Huella de luz |
Antonio Casal (Octavio) e Isabel de Pomés (Lelly) |
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