domingo, 24 de junio de 2018

Tres amores extraños (1949)




Título original: Törst
Título alternativo: La sed
Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1949, 84 minutos

Tres amores extraños/La sed (1949)


A pesar de que también se la conoce como La sed, el título Tres amores extraños refleja el origen literario de un guion que, cosa insólita en el director sueco, no fue escrito por el propio Bergman. Así pues, lo que, en un principio, eran tres relatos de Birgit Tengroth (1915–1983) se acabaría convirtiendo en una película que prefigura algunos de los temas de la filmografía posterior del cineasta.

La base de la trama la forma el regreso en tren desde Italia de un matrimonio que no atraviesa su mejor momento. Al margen de las rencillas que broten entre ambos, alimentadas por el hecho de que la acción transcurre en el espacio minúsculo de un compartimento, es interesante la secuencia en la que hacen escala en Basilea: acuciados por el hambre, cientos de refugiados alemanes se agolpan en la ventanilla del vagón implorando algunos de los víveres que la pareja lleva consigo. Apenas un detalle en la línea sobrecogedora que marcará el estilo bergmaniano, pero que nos recuerda que la contienda mundial había finalizado poco antes.



Las otras dos historias, interpretadas por Birgit Tengroth, la autora del texto, muestran a una mujer sucesivamente acosada por un psiquiatra y por una antigua compañera de colegio, por lo que, desesperada, acaba arrojándose a las aguas del río. Momento de gran delicadeza lírica, dado que Bergman opta por dejar el suicidio fuera de campo: apenas el sonido del cuerpo al impactar contra la superficie y unas ondas en el agua nos hacen deducir el fatal desenlace.

Y entonces llega lo más divertido (o no...): el proyector de subtítulos de la sala Laya de la Filmoteca decide estropearse. Tras unos minutos de espera, el personal advierte que la avería no va a tener remedio, de modo que el pase continuará única y exclusivamente en versión original... La inmensa mayoría de espectadores opta por marcharse (y eso que la sala estaba llena hasta los topes). Pero rendirse es de cobardes y resistir es vencer, así que somos de los pocos que deciden quedarse hasta el final. Lo cual no deja de tener su gracia, teniendo en cuenta que el cine nórdico acostumbra a ser parco en diálogos y que una imagen vale más que mil palabras (sobre todo si son en sueco...)


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