Título original: The Man Who Killed Don Quixote
Director: Terry Gilliam
España/Bélgica/Francia/Portugal/Reino Unido, 2018, 132 minutos
El hombre que mató a Don Quijote (2018) |
Y cien escollos después... Las trabas que abortaron el fallido intento del ex Monty Python Terry Gilliam de llevar a la pantalla la obra cumbre de Cervantes dieron lugar al memorable documental Lost in La Mancha (2002), testamento en el que se dejaba constancia de cómo los elementos y la mala fortuna se aliaron fatalmente para impedir que Jean Rochefort y Johnny Depp encarnasen a la que, sin duda, habría sido la versión más insólita de Don Quijote y Sancho Panza.
Pero hete aquí que, al cabo de los años y de innúmeros obstáculos, el obstinado Gilliam se ha salido al fin con la suya. Y aunque de poco le fue que el productor Paulo Branco impidiese mediante una demanda que el filme clausurase la última edición del Festival de Cannes, lo cierto es que The Man Who Killed Don Quixote es ya una realidad.
Que sucumbe, sin embargo, a la tentación de incluir algún que otro toque flamenco en la banda sonora compuesta por Roque Baños. Una partitura que, en momentos puntuales, también remeda el vals de la Suite de jazz de Shostakóvich o la romanza del Concertino de Salvador Bacarisse. Tópicos tal vez inevitables cuando es un americano afincado en el Reino Unido quien se acerca a la figura del hidalgo manchego, pero que restan credibilidad al producto final.
En su personal visión del texto cervantino, Gilliam imagina que Don Quijote (Jonathan Pryce) es un zapatero llamado Javier Sánchez y que los galeotes viajan en una furgoneta de la Guardia Civil; los molinos de viento conviven con los generadores de energía eólica y Sancho (Adam Driver) es un director de cine cuya obra de juventud se parece enormemente al inacabado Quijote de Orson Welles.
Presente y pasado, ficción y realidad, se entremezclan en un juego de planos espacio-temporales que intenta emular y/o poner al día el complejo divertimento con el que Cervantes dio carta de naturaleza a la novela moderna. Muy original a ratos, cierto, toda vez que se aprecia el inconfundible concurso de Comediants en lo que sería el equivalente de la estancia de los protagonistas con los Duques, convertidos ahora en nuevos (y horteras) ricos rusos capitaneados por Jordi Mollà, pero fallido en términos generales por un exceso de egolatría que tergiversa y aun pervierte el sentido primigenio de la obra.
En ese aspecto, la película soñada por Terry Gilliam, aquélla que tantas veces proyectó y que tantas veces vio venirse abajo, se nos antoja mucho mejor que no lo que ha terminado siendo su concreción final. Y es que ya lo dijo Oscar Wilde: "Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede convertir en realidad..."
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