jueves, 19 de abril de 2018

Angelina o el honor de un brigadier (1935)




Directores: Louis King y Miguel de Zárraga
EE.UU., 1935, 74 minutos



Me llamo Angelina Ortiz...
Soy una muchacha honrada 
que no se entera de nada 
y que por eso es feliz; 
pero, claro, al fin, mujer, 
soy un poquito coqueta...
Tengo un novio que es poeta,
y un papá, que es brigadier.



La estancia de Jardiel en Hollywood, pese a su brevedad, dio como resultado esta pequeña joya, adaptación del drama en verso homónimo que el autor estrenara en España apenas un año antes. Y aunque la película no pase de ser un pálido reflejo de la obra maestra en la que se basa, hay que admitir, sin embargo, que posee el encanto especial de su cuidada puesta en escena. En ese sentido, son dignos de mención el elaborado diseño de vestuario, a cargo de Lillian (1903–1989), así como la acertada recreación de ese ambiente decimonónico, solemne y caduco, que se pretendía ridiculizar.



Es por ello que el guion, que corrió a cargo del propio Jardiel Poncela y de Elizabeth Reinhardt (quien años después participaría en la escritura de la mítica Laura de Preminger) posee uno de sus principales aciertos al hacer que el filme se abra y se cierre con las páginas de un antiguo álbum fotográfico desde cuyo interior nos saludan los habitantes de aquel lejano Madrid de 1880.



Como suele suceder en la práctica totalidad de las producciones rodadas en castellano por la Fox Film Corporation durante la primera mitad de los años treinta, no deja de tener su gracia el detectar, aquí y allá, los diferentes acentos que delatan la diversa procedencia del elenco de actores. Así pues, además de los españoles que, como Jardiel y otros miembros de la otra generación del 27, probaron fortuna en América (Rosita Díaz, Julio Peña...), tenemos los casos de Enrique de Rosas (1888–1948), cuya dicción al interpretar al brigadier pone de manifiesto su origen argentino, o de la mejicana Ligia de Golconda (1883–1942), quien encarna a doña Calixta, la esposa del banquero.



Dotados de un finísimo a la par que castizo sentido del humor, los ripios de Jardiel nos dejan réplicas memorables. Baste recordar aquello de: "¡No admito más ultrajes: / me ha soltado usted dos viajes!" o los camellos que acumula en su diatriba Germán (José Crespo) para espetarle finalmente al brigadier: ¡¡Es usté una caravana, / mi querido don Marcial!!" Aspectos, todos ellos, que hacen de esta Angelina... no sólo una comedia amable, sino, sobre todo, un interesante documento sobre uno de los períodos más desconocidos de la historia de nuestra cinematografía: la presencia en la meca del cine de los Edgar Neville, López Rubio y demás españoles que, una vez allí, no sólo frecuentaron la compañía de grandes celebridades como Chaplin (con quien Jardiel comparte la concepción del cine como arte total en el que el autor debería controlar todas las fases de producción de un filme), sino que pusieron su modesto grano de arena en la construcción de la época dorada de Hollywood.


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