Director: Francesc Betriu
España, 1980, 88 minutos
Los fieles sirvientes (1980) de Francesc Betriu |
Cuando el gato está ausente, los ratones se divierten... Como los "fieles" criados que dan título a esta película del siempre cáustico Francesc Betriu. Sin ser uno de los títulos más conocidos del director catalán, la situación que plantea parece beber de dos fuentes meridianamente reconocibles: por un lado, la impronta buñueliana se deja sentir a través de esos señores cuya llegada se anuncia una y otra vez sin que llegue a concretarse sino hasta el último plano, presidido por un estridente estrépito de campanas que recuerda al del final de El ángel exterminador; por otra parte, el juego perverso de cómo se puede pasar de sumiso a dominante (y viceversa) remite al clásico de Joseph Losey The servant (1963).
La pega es que Betriu, al inspirarse en esos modelos, tal vez apuntaba demasiado alto, tratándose la suya de una producción modesta, si bien protagonizada por un notable elenco de actores de la época entre los que sobresale Amparo Soler Leal. Su personaje (Fernanda) actúa de bisagra entre los propietarios de la masía y el resto del servicio, motivo por el cual acabará sufriendo las iras de unos subalternos que sueñan con emular la glamurosa vida de sus amos.
Comedia sí, con un cierto regusto del teatro del absurdo a lo Mihura o Jardiel Poncela, y en la que unos relojes que se adelantan y se atrasan parecen querer indicarnos algún tipo de clave, entre lo esotérico y lo metafísico, aunque no del todo bien resuelta. En cualquier caso, el desenlace da a entender que la inversión de roles que se ha vivido en esa residencia ha tenido un carácter onírico, un tanto irreal, a juzgar por la normalidad con la que los automóviles de los invitados irrumpen en escena para aparcar frente a la entrada.
Tanto el rudo Natalio (Paco Algora) como la sensual Eli (Pilar Bayona) transmiten una similar melancolía, casi el mismo aire ridículamente dramático de aquellos célebres personajes de Pirandello que iban en busca de autor y destino. Y, asimismo, el mayordomo Álvarez (José Vivó) "interpretará" al piano un Nocturno de Chopin con la misma grotesca extravagancia que, por ejemplo, Rafaela (María Isbert) al entonar la patética cancioncilla de juventud mediante la que pretende inútilmente rebelarse contra el paso del tiempo y contra su insufrible condición de criada.
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