sábado, 7 de abril de 2018

Mamá es boba (1997)




Director: Santiago Lorenzo
España, 1997, 84 minutos

Mamá es boba (1997) de Santiago Lorenzo


En este país tenemos la mala costumbre de inventar las cosas para que luego no trasciendan. Y, así, Miguel Mihura cometió la osadía de dejar que sus Tres sombreros de copa aguardasen muertos de risa durante veinte años en un cajón para que, al cabo de dos décadas, fuese a parar a Ionesco la gloria de haber sido el "creador" del teatro del absurdo...

Viendo Mamá es boba hemos tenido un poco la misma sensación: ¿así que lo que propone ahora el francés Bruno Dumont ya lo hacía Santiago Lorenzo en el 97? Esas actuaciones rayanas en la caricatura, cuando no abiertamente bufas; ése recrearse en aspectos sórdidos de la condición humana, como el acoso escolar que padece Martín, el niño protagonista, o la mofa cruel que los responsables de Teleaquí orquestan para burlarse de sus padres; ese ambiente provinciano en el que, en definitiva, transcurre la acción... Elementos, todos ellos, que muy bien podrían formar parte de las recientes P'tit Quinquin (2014), Ma Loute (2016) o Jeannette, l'enfance de Jeanne d'Arc (2017), pero que ya estaban presentes en el primer largometraje de este realizador vizcaíno.



Y, claro: ya se sabe cómo funcionan estas cosas. Ni Mamá es boba (1997) ni Un buen día lo tiene cualquiera (2007) gozaron de la comprensión del público o de la crítica. Que atreverse a filmar historias de semejante calibre queda muy bien en un francés, pero ¡podre del director español que decida adentrarse por estos vericuetos...! De hecho, Lorenzo es cada día más escritor y menos cineasta (se conoce que un punto de vista tan imaginativo como el suyo es mejor recibido a través de las páginas de una novela que no plasmándolo sobre la pantalla).

Dice la voz en off de Martín: "Mis padres siempre hacen el ridículo allá donde van. Siempre me da vergüenza de ellos..." Palabras que tal vez expliquen por qué el niño no habla nunca con nadie, refugiándose en la confección de figuritas con gomas de borrar. De lo cual se deduce un riquísimo mundo interior, en el que el chaval se aísla huyendo del entorno hostil en el que tanto él como su familia viven inmersos.


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