jueves, 15 de junio de 2017

Umberto D. (1952)




Director: Vittorio De Sica
Italia, 1952, 85 minutos



Certe cose avvengono perché non si sa la grammatica: tutti ne approfittano degli ignoranti...


A priori, la soledad del individuo en el seno de las sociedades modernas puede parecer un tema de rabiosa actualidad cuando su alcance es, en cambio, universal y del todo intemporal. De lo que se desprendería una lectura a veces pesimista y a ratos cauta, eso va a gustos: no es que la precarización avance al galope: es el mundo el que ha sido siempre precario.

Umberto D. fue la primera película que vi en la Filmoteca (hace de esto ya diecisiete años) y cada vez que la revisito experimento de nuevo la misma insondable ternura hacia el pensionista Ferrari y su fiel perrito Flike. Y ni el perro era tal (porque parece ser que se utilizaron diversos animales durante el rodaje) ni el anciano ni la cándida Maria actores profesionales. La sensación de realidad, sin embargo, es enorme, lo cual convierte al filme en una suerte de documento histórico: la crónica de aquellos jubilados que, como el padre del propio De Sica (que se llamaba Umberto y no es casualidad), se veían obligados a malvivir con una mísera renta tras toda una vida de servicio a los demás.

Su dignidad de viejo profesor impedirá al señor Umberto
ejercer la mendicidad

Tiene, por otro lado, un evidente toque Chaplin en esa concepción humanista de los problemas que afectan al hombre anónimo, víctima de la indiferencia ajena y delicadamente entrañable en su patetismo. Así pues, tanto la escena inicial (con los antiguos empleados públicos manifestándose por las calles de Roma para exigir un aumento en las ya escasas retribuciones que perciben) como la final (el señor Umberto alejándose por un camino mientras juega con Flike) remiten directamente a Tiempos modernos (1936). Y no quedaría ahí la posible conexión, sino que hasta la banda sonora de Alessandro Cicognini recuerda a la partitura que el cómico inglés compusiera para dicha película.

Mucha "culpa" de todo ello la tiene el colosal Cesare Zavattini, autor de éste y de la mayoría de guiones neorrealistas de De Sica. Aunque a nivel formal, el realizador tampoco le iba ciertamente a la zaga. Estamos, sin duda, ante un poeta: esos niños que corretean por el parque mientras el abuelo y el perro se pierden en la distancia son el futuro, la esperanza en un mundo mejor, la certeza de que, a pesar de sus imperfecciones y de los muchos sinsabores habidos y por haber, aún no está todo perdido.

Chaplin (centro) junto a Vittorio De Sica

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