Director: Adolfo Marsillach
España, 1973, 99 minutos
Flor de santidad (1973) de Adolfo Marsillach |
Caminaba rostro a la venta uno de esos peregrinos que van en romería a todos los santuarios y recorren los caminos salmodiando una historia sombría, forjada con reminiscencias de otras cien, y a propósito para conmover el alma de los montañeses, milagreros y trágicos. Aquel mendicante desgreñado y bizantino, con su esclavina adornada de conchas, y el bordón de los caminantes en la diestra, parecía resucitar la devoción penitente del tiempo antiguo, cuando toda la Cristiandad creyó ver en la celeste altura el Camino de Santiago. ¡Aquella ruta poblada de riesgos y trabajos, que la sandalia del peregrino iba labrando piadosa en el polvo de la tierra!
Ramón del Valle-Inclán
Flor de santidad
Lo que empieza mal difícilmente puede acabar bien... Parece ser que el guion de Flor de santidad le llegó ya hecho a Adolfo Marsillach, quien, a pesar de introducir diversos cambios en el texto preparado por Pedro Carvajal, debería enfrentarse después a las innúmeras exigencias de la censura. Total, que el resultado final distó bastante de la altura literaria de la novela de Valle-Inclán que se pretendía adaptar.
Francisco Balcells es el misterioso peregrino |
De entrada, la película se abría con una parrafada en off del todo innecesaria del propio Marsillach:
Una larga e intermitente guerra civil desola España durante el reinado de Isabel II. Los carlistas, partidarios de don Carlos de Borbón, reclamando para éste el mejor derecho al trono de España, siembran la guerrilla en los campos para derrocar a Isabel II, que gobierna en Madrid. Cada bando se hace defensor de unos ideales contrapuestos. Los carlistas se proclaman los campeones de la tradición y la religión. Los isabelinos, los defensores de la Constitución liberal. Pero lo cierto es que esta guerra la hacen los poderosos. Mientras tanto, se arrasan los campos y el pueblo sufre la más espantosa miseria. Tal es el desolado paisaje donde nace la obra general de don Ramón María del Valle-Inclán. Y aunque la historia que aquí vamos a contar, la de Flor de Santidad, es una leyenda milenaria y gallega que bien pudiera haber ocurrido en cualquier época, en cualquier lugar, nosotros hemos querido emplazarla aquí y ahora, en una lejana tierra de resonancias celtas, en una oscura fecha de trágicas consecuencias. Galicia, 1853. Rosalía de Castro nos lega este testimonio: 'Voy a contarte lo que presencié en el tristísimo invierno de 1853, año fatal para Galicia, en el que el hambre hizo bajar a nuestras ciudades como verdaderas hordas de salvajes hombres que jamás habían pisado las calles de una población, mujeres que no conocían otros horizontes que los que se extendían ante sus cabañas levantadas en la más apartada soledad'. Éste es el clima que respira el poético mundo de Valle-Inclán. La magia, la violencia, el amor, la esperanza. Todo puede ocurrir en este momento. El milagro, la fe, la herejía. Todo. Es el año del hambre.
Mal comienzo: ¿para qué subrayar el contexto histórico? ¿Por qué esa obsesión paternalista, tan propia (por otra parte) de un determinado cine español, por situar al espectador, obviando su capacidad para seguir la historia sin el auxilio de comentarios, aclaraciones ni prolegómenos de ningún tipo? Pero es que, además, desplazando el centro de la acción hacia las guerras carlistas no sólo se tergiversaba el relato original sino que también se introducía una crítica velada a todas las guerras civiles, con lo que "la devoción penitente del tiempo antiguo" de la que habla Valle-Inclán pasaba a un segundo plano en beneficio de una lectura mucho más política y vinculada al pasado reciente de España.
Aun así, no se puede decir que la labor de Marsillach carezca de atractivo: siendo como era hombre de teatro dominaba a la perfección el lenguaje visual, lo cual se aprecia en lo bien resueltas que están las secuencias que implican gran movimiento de grupos de actores y extras. Son igualmente meritorios la fotografía de Fernando Arribas y el vestuario de Carmen de la Casa y Vicente Fernández.
Ismael Merlo en el papel del ciego Electus |
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