viernes, 2 de junio de 2017

Demon (2015)




Director: Marcin Wrona
Polonia/Israel, 2015, 94 minutos


¿Qué se pudre bajo el silencio de un bosque «en paz»...?

Demon (2015) de Marcin Wrona


Que la banda sonora de una película polaca sea, aunque parcialmente, de Krzysztof Penderecki es una carta de presentación nada desdeñable. Pero si, encima, resulta que su director se ahorcó tras el estreno, la cosa adquiere un matiz estremecedoramente turbador...

Y es que todo es inquietante en Demon (2015), filme en apariencia de terror, pero que esconde una amarga reflexión sobre el presente y el pasado de Polonia. Ya en el breve prólogo que precede a la acción uno presiente la inminencia de algo maléfico, con esa mujer víctima de un misterioso brote de histeria a orillas del río por el que hace su entrada el protagonista. Es un pueblo pequeño y se avecina un banquete de boda por todo lo alto. Los futuros esposos, en compañía de otros familiares, se disponen a reconocer el terreno donde se encuentra ubicada la vieja casa que deberán restaurar antes de instalarse. ¿Por qué hablan en inglés? Pues porque el novio (Piotr, alias 'Pyton', interpretado por el israelí Itay Tiran), aun siendo hijo de polacos, es de Londres. Y Zaneta (Agnieszka Zulewska) está enamoradísima de él. Pero entonces la excavadora destapará una verdad incómoda que llevaba enterrada durante décadas en el jardín.



Como ocurría con el genial eslogan que José Luis Borau y Manuel Gutiérrez Aragón idearon para Furtivos (1975), en el caso de Demon parece que se quiera ahondar en heridas que nunca cicatrizaron por completo y que, precisamente por ello, condicionan el día a día de una sociedad desorientada. Lo anuncia bien a las claras el abuelo Simón (Wlodzimierz Press) en su arenga a los jóvenes durante el convite: "Ya lo dijo Aristóteles: 'El hombre que vive fuera de la sociedad o es un dios o es una bestia'" Pero la concurrencia, en su mayor parte más pendiente del alcohol que de las reflexiones filosóficas, ignora las palabras del anciano. Es la tónica general. Incluso hay algún niñato arrogante, tatuado, que se atreve a increpar al pianista que interpreta una pieza de Chopin diciéndole: "¡Eh, tú: toca algo polaco! ¡Algo con marcha!"

Con su equívoco ropaje de película de posesiones diabólicas, Demon invita a meditar sobre el consabido tópico de que los pueblos que olvidan su historia están invariablemente condenados a repetirla. Por lo menos, la historia local, la de las rencillas entre vecinos, la del rencor y la envidia que, hoy como ayer, puede hacer revivir la crueldad fascista en el seno de comunidades en las que teóricamente reina el bienestar.


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